Sergio Mira Jordán

Así como la música

Así como la música
Noviembre de 2000   REVISTA DE SANTA CECILIA

Como amaneceres en un lago, teñido el cielo de ocre y esperanza, con nubes delgadísimas como el vuelo de una mariposa, con llantos de estrellas apagadas… Así debe sonar la música en el alma. Como muñecos a los que se les acaba la cuerda y reposan silenciosos al fondo del armario, tras un muro de quejidos infantiles. Así la música. Como princesas acarameladas, vestidas con trajes de luna, que sonríen al reflejo de sus pálidos rostros. Boca abierta. Ojos cerrados. Corazón humilde. Así la música. Así se debe escuchar. Como vagabundos que esperan nuestra limosna en los fríos pórticos del románico de las iglesias. Música de cámara. Canto gregoriano. Voces unidas como unidos los hombres para entonar un solo himno, el de la libertad. Como rugidos que rompen los relámpagos en noches de tormenta infernal. Alguna niña en su cama parece que llora. Tiembla de angustia en cada trueno. Y otro… y otro… Pero es la música de su madre la que calma sus lágrimas gordas. Todo queda atrás. Todo muere con el sol, al día siguiente… Los timbales del cielo; eso son los truenos. Timbales y cajas. El sonido del mar o de la luna, el piano. Acordes de un piano de madera, lleno de polvo, que he¬mos hallado en la buhardilla de alguna casa abandonada, repleto de telarañas y con casi un siglo a sus espaldas. El mar o la muerte. El piano. El amor personificado en las obras de Chopin. Nocturnos de balcones cálidos a la luz de las velas que nos consumen la vida. A lo lejos se escucha un piano que llora y canta: el poeta. Pido silencio para recordar.

Así debe sonarnos la música. Palabras que fluyen y suenan en un mar de mariposas muertas, de nubes ennegrecidas, de letras y letras que muerden y agarran y matan. Alguien dijo que lo importante de la música no son las notas. Claro que no. Lo importante es lo que hay más allá de las notas. Más allá de la partitura, del pentagrama. Más allá de todo eso está el corazón, la música en sí. Encarnizadas luchas con la mente. Mefistofélicos rostros de la ruindad entristecida. Luchas a muerte, de ésas que así se llaman, donde solamente ganas si estás vivo. Así la música. El viento. Su sonido. Flautas y flautines agudos que suenan: el viento del invierno. Un bosque de fagotes que crecen con libertad al son del viento que los mece. Una lágrima que cae y no se vuelve a levantar. El tiempo que pasa, machacándolo todo. Temor a la música vacía es lo que siento, temor a la música que tan solo lleva notas. Temor a unos ojos que miran detrás de una cortina de humo. Que nadie hable. Como latidos de un corazón, tubas apasionadas, bum-bum; así la música. Cerrar los ojos y volar. Volar y soñar que se vuela al creer que cerrando los ojos vamos a volar. Volar entre charcas y mares, entre iglesias muertas y calles vivas. Vacío de gente, pero lleno de soledad. Así la música. Como una redonda de cuatro tiempos sonando en el silencio de la noche otoñal. Un susurro. Un beso que se ahoga en cualquier cama. Un abrazo que perdimos hace tiempo. Así la música. Así el oírla. Sentir su fuerza aplastante. Esta noche moriremos, pero ¿quién morirá primero? Réquiem de un músico que olvida y mata. Como labios que jamás podremos besar. Así la música. Silencio. Todo calla cuando acaba la sinfonía de nuestro entierro. Después los aplausos. La muerte de una persona que aplaude y clama. El principio del fin. Silencio. Punto y coma. El fin: la música. Callad y cerrad los ojos. El destino del músico es morir abrazado a su instrumento. Nada más.

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