Cachondeo sí, pero sin desbarrar

La película tiene todos los visos de arrasar en los próximos Razzie, pero hay que verla con buena actitud y ganas de divertirse. Me refiero a Bill y Ted salvan el universo (2020), protagonizada por Keanu Reeves y Alex Winter y producida, entre otros, por Steven Soderbergh, ganador de un Óscar por Traffic (ya se sabe: hasta el mejor escribano echa un borrón).

Los productores han palmado mucha pasta, todo hay que decirlo, así que quizá sea mejor no hacer sangre. Por otro lado, quizá temiendo lo peor, hubo mucha gente que puso dinero, todo para reunir los 25 millones de dólares del presupuesto. En total, si nos guiamos por la ficha en IMDB, dieciocho productores ejecutivos. Lo recaudado no llega a una cuarta del dinero inicial, pero ¿qué importa eso cuando te estás divirtiendo?

Pero ahora bien, ¿el espectador también se divierte? He de decir que llegué a esta película totalmente virgen. En los primeros minutos comprendes que se trata de una continuación (de hecho, hay dos películas previas, de 1989 y 1991, e incluso una serie de televisión), pero yo no había visto ni conocía la saga. Es un registro totalmente distinto a lo que Keanu Reeves nos tiene acostumbrados, eso desde luego, y lo cierto es que ahora me pica la curiosidad. Para los recién llegados, el dúo protagonista pertenece a esa serie de parejas de humor peculiar que vimos en Jay y Bob el silencioso y, si me lo permiten, en El mundo de Wayne o en Beavis and Butt-head, todos ellos nacidos en los primeros años de la década de los 90. Por aquel entonces, yo contaba con apenas diez años, así que llegué tarde a toda esa fiesta, aunque he ido poniéndome al día.

La película costó su dinero, como decía, pero para los estándares habituales del cine de Hollywood es incluso barata. Eso sí, el dinero se ve, porque hay efectos especiales y digitales en cada escena y de alguna forma tenían que hacer que la cabina telefónica que sirve de máquina del tiempo cumpliera su propósito sin hacer sonrojar (demasiado) al espectador. Otros momentos sorprenden aún más. En el primer viaje temporal, la ciudad de San Dimas (en el estado de California), donde viven los protagonistas, se convierte, en el siglo XXVIII, en la Ciutat de les Arts i les Ciències de Valencia, aunque no he podido averiguar si se rodó ahí o es todo un inmenso croma. Tal vez sea bueno pensar que las obras de Santiago Calatrava no es que sean horribles y a menudo poco funcionales, sino que es un adelantado a nuestro tiempo.

Entonces, si los diálogos no son de Pulitzer y las actuaciones no servirán como modelo en escuelas de interpretaciones; si, además, los errores típicos de las películas de saltos temporales que atentan contra toda lógica y física son evidentes hasta para un niño, ¿qué nos queda? Como en las películas citadas anteriormente, el buen rollo, y estoy seguro de que lo hubiera disfrutado aún más de haber visto las dos anteriores.

¿La única pega? Un agujero de guion, culpa del supervisor musical o los guionistas, eso en lo que te fijas cuando eres músico (y eso que, en un primer momento, se me cruzó con Clementi). Cuando, en un momento de la trama, las hijas de los protagonistas, interpretadas por Brigette Lundy-Paine y Samara Weaving, viajan a Viena para reclutar a Mozart (la idea es conseguir los mejores músicos de toda la historia para tocar una canción que salve a la humanidad, aterrizan en 1782. Y lo que suena es, como se aprecia en el vídeo siguiente, la conocida Sonata n.º 16 en Do Mayor, K. 545.

Si hasta yo puedo buscar y descubrir (la Wikipedia lo indica) que dicha sonata no fue incluida por Mozart en su catálogo hasta seis años después, en junio de 1788, ¿qué no podrán hacer los productores con 25 millones de dólares en los bolsillos? Aun así, y pese al error, la tercera parte de las aventuras de Bill y Ted se deja ver y entretiene.

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