Les propongo un ejercicio de proyección mental. Imagínense cómo serán dentro de veintiún años. Ustedes y todo cuanto les rodea. Imaginen qué tal se verán en el espejo, cómo será la casa en la que vivan, qué nuevos artilugios tecnológicos habrán inventado quienes ahora apenas balbucean. Dentro de veintiún años yo tendré cincuenta. Casi nada. Dentro de veintiún años, Mr. Adelson, el multimillonario de los casinos, el malabarista de las leyes antitabaco, tendrá cien. Eso es una proyección muy optimista, a pesar de los avances científicos en el campo de la medicina. Incluso mi proyección es algo optimista, si tenemos en cuenta los niveles crecientes de polución y enfermedades propias del Primer Mundo.
Hace unos meses, en septiembre, publiqué un artículo en este mismo diarioInformación en el que hablaba de la lucha entre Barcelona y Madrid por construir complejos de hoteles y casinos. Decía allí que Alcorcón tenía todas las papeletas de ser la elegida para albergar Eurovegas, pero era una apuesta sencilla. Era, más bien, un secreto a voces, alargado en el tiempo por quién sabe qué razones. Eurovegas estará en Alcorcón, así que enhorabuena al resto de poblaciones y mala suerte para España. No hay todavía un economista serio que diga que se puede salir de una crisis generada o agravada por el boom del ladrillo con un pelotazo urbanístico. El discurso populista y simplón del número de empleos que puede llegar a crear es, en un país con seis millones de parados, eso mismo: simplón y populista. Además, también es engañoso, porque ya nos han dicho que, como mucho, serán unos doscientos cincuenta mil puestos de trabajo a lo largo de todos esos veintiún años, hasta que Mr. Adelson, o su holograma criogenizado, inaugure Eurovegas. No llega a doce mil nuevos empleos por año. Enhorabuena. Como pobres viandantes que caen en la trampa del trilero, ayudados por un cómplice afortunado y disfrazado de pobre viandante, hemos caído en la fullería. El trilero ha movido los cubiletes, el cómplice nos ha dicho que generará empleo y nosotros hemos levantado sin pensárnoslo dos veces. No obstante, la pelotita, igual que una pompa de jabón, se ha esfumado. Y, lo peor, es que durante el proceso ni siquiera nos han explicado quién pagará todo este monumento al juego. Porque Eurovegas pondrá el 35 % de esos 17.000 millones de euros. El resto, la inmensa mayoría del capital, ¿adivinan quién va a asumirla? Lo han acertado. Doble enhorabuena. Será el coste por ser agraciados con la lluvia de empleo y los miles de visitantes que se prevén, o se sueñan, que vengan dentro de dos décadas.
Dentro de veintiún años, cuando ese macrocomplejo quede inaugurado por completo en todas sus fases (aunque dudo mucho que eso vaya a ocurrir, sinceramente) nos habremos convertido, de facto, en un país de camareros y limpiabotas, de azafatas de baño y recepcionistas, de crupieres e ilusionistas del cubata. Un país de servicios, sin industria ni futuro, inundados por las deudas y asolados por un mar de rascacielos, sin terreno donde levantar nada más, ni zonas donde plantar un mísero olivo.
Entonces, dentro de veintiún años, si todavía queda educación, infancia y libros, tal vez alguien pueda recordarnos aquella conocida fábula de Félix María de Samaniego: «A un panal de rica miel, / dos mil moscas acudieron, / que por golosas murieron, / presas de patas en él». La moraleja de esa fábula, y parece muy apropiada cuando vemos a cientos de personas con la boca abierta por la promesa de un empleo, donde sea y como sea, aun a costa de hipotecar un país entero (¡su propio país!) a otra burbuja inmobiliaria, esta aderezada con casinos y hoteles; la moraleja decía: «Así, si bien se examina, / los humanos corazones / perecen en las prisiones / del vicio que los domina». En aquel artículo mío de septiembre exponía que no necesitábamos un Eurovegas para labrarnos un futuro. Hoy estoy más convencido. Volveremos a cometer los mismos errores. Como hámsteres girando en la ruedecita, enjaulados e incansables, pensando que todo eso nos llevará a algún sitio, volveremos a caer en los mismos errores. Ahora ha sido Europa la que nos ha sacado del atolladero, rescatándonos. Sin embargo, dentro de veintiún años, ¿tendremos una Europa a la que acudir?