A mis alumnos, en la escuela de música de la Unión Musical «La Artística» de Novelda, les procuro mostrar que, a pesar de esa ya conocida universalidad del lenguaje musical, hay toda una gama de individualidad en su comprensión. La música produce toda una serie de emociones al ser escuchada. La música mueve pasiones. Pero todo es relativo: un mezzo forte nunca sonará igual dos veces seguidas. Tampoco un presto o un adagio. Habrá diferencias de matiz, diferencias de intensidad, ahí reside el poder de la música.
A mis alumnas y alumnos les intento transmitir que «vivan» la música, que la sientan, que la escuchen con los ojos cerrados, que noten cada acorde, cada melodía como si fuera la inspiradora del más hermoso sueño. Y, ante todo, a pesar de ser un idioma completamente desconocido al principio (como lo sería el árabe o el alemán), intento mostrarles a esos niños y niñas un camino, para que ellos aprendan y se diviertan aprendiendo a partir de él. Quizá lleguen a otro camino distinto. Quizá aprendan la música del canto de los pájaros o la melodía de las primaveras. Ya lo dijo Alexander Graham Bell: «Si vamos por los caminos que otros ya han recorrido, llegaremos como máximo a los lugares que ellos alcanzaron».
Para evitar caer en ese estatismo de la educación (donde el profesor es autoridad y su palabra encierra toda la sabiduría), hay que buscar una educación que despierte la sabiduría del alumno. Como afirma Augusto Cury en su novela-fábula El vendedor de sueños: «En lugar de incentivar la rebeldía creativa, la intuición, el razonamiento sintético de las respuestas, se exige precisión en las informaciones. Formamos jóvenes estresados, tensos, con instinto depredador, ansiosos por ser los primeros, en lugar de formar jóvenes pacificadores, tolerantes, que se sientan dignos a pesar de no ocupar el primer puesto».
Educar para el futuro es preparar a esos habitantes del mañana para que algún día sean educadores de las generaciones venideras. El ejercicio de la política, en el más puro sentido aristotélico de la palabra, una vez que la limpiamos de toda la corrupción, de esa antidemocrática falta de transparencia y de esa necesidad por aniquilar los pensamientos divergentes (qué les voy a contar que ya no sepan; ustedes, como yo, viven en la Comunidad Valenciana), debería servir para lo mismo: para enseñar y preparar a la población de hoy a ser políticos; es decir, buenos ciudadanos. Así lo expresa la etimología de esa palabra. Del griego πολιτικός, este era adjetivo de la palabra πόλις («pólis»), que significa «ciudad».
Por desgracia, la política, confundida en estos últimos lustros con una profesión (y además de futuro), se ha desposeído de todos o casi todos los motivos por los que nació. Ahora, el político ha desvirtuado el bien general por el bien propio o el de las grandes empresas. Los escándalos de corrupción son tan habituales como lo fueron hace poco los escándalos urbanísticos. Parece que estamos inmunizados; nada nos turba. Y de nuevo, qué les voy a contar: vivimos en la Comunidad Valenciana… Hemos aceptado que nuestros máximos representantes públicos tengan por «amiguitos del alma» a personas que no dudan en hacer dádivas a cambio de contratos millonarios. Claro, que si uno compra es porque hay otro que vende. Lo hemos aceptado. Así, sin más. Por ello, el librito de Stéphane Hessel, Indignaos, está teniendo tanto éxito. Vemos lo que ocurre en nuestra Comunidad Valenciana, en el Consell, en las Cortes Valencianas, en toda la Generalitat, en Canal 9, y nos indigna. Nos indigna de verdad. Dicen que la respuesta a ese libro es un rotundo «sublevaos», tal y como estamos viendo en los países del norte de África. Pero ¿qué conseguiríamos con la sublevación, con una revolución? ¿Un cambio? ¿A otro sistema de gobierno? ¿A un sistema sin gobierno?
Creo que la respuesta, tras la indignación, y sobre todo hablo de la juventud, es la de la implicación. Indignaos e implicaos. Tened conciencia política. Asumid una responsabilidad e intentad cambiar las cosas. Recuerden las palabras de Graham Bell: «Si vamos por los caminos que otros ya han recorrido, llegaremos como máximo a los lugares que ellos alcanzaron». Modifiquemos, pues, esos caminos. Quizá tengamos que empezar a cumplir y hacer cumplir la Declaración Universal de los Derechos Humanos a todos los niveles y en todos y cada uno de sus treinta artículos. Quizá tengamos que aprender a ser más solidarios y humanos. Quizá tengamos que escuchar a los demás en vez de a nosotros mismos.
Todavía queda mucho por recorrer. Pero si comenzamos a cambiar ahora, los más jóvenes crecerán en otro ambiente y, con total seguridad, cuando tengan que afrontar un compromiso político, lo harán desde la honradez, el respeto y la responsabilidad de tener en sus manos, como ahora nosotros lo tenemos, el futuro de toda una generación.