Al final tenía que pasar. Internet y las redes sociales han centralizado nuestras vidas. Desde el mismo momento en el que uno ve a cuatro adolescentes sentados a una mesa, todos ellos cabizbajos, mirando sus teléfonos móviles, asumimos que las relaciones humanas están cambiando. (Para más señas, puede verse el primer capítulo de la segunda temporada de la fabulosa serie británica Black Mirror.) Es más, hay un «juego», muy extendido entre la gente de mediana edad (ese arco inmenso entre los veintimuchos y los cincuenta y pocos), que consiste en que, durante una cena o un tapa y caña por el centro, se ponen los teléfonos boca abajo sobre la barra y la primera persona que mire el suyo paga la siguiente ronda.
Hace unas semanas, la red social de microblogging Twitter cumplió siete años. Hoy por hoy, sea por estar al día o por seguir a Justin Bieber, una gran mayoría de gente tiene cuenta en Twitter. Y entre los más jóvenes el uso es mayor, a pesar de que a veces se emplee como chat. Ya ven, los profesores de Lengua preocupados porque los jóvenes leen poco, cuando realmente leen y escriben más que nunca. Otra cosa es que nos guste lo que leen y cómo lo escriben. Si restamos las siete u ocho horas de sueño y las cinco o seis que se pasan en el instituto, ¿cuántas de las horas restantes las pasan tuiteando aquello que ven o piensan, compartiendo fotos por Instagram con mensajes reducidos de su mundo, criticando desde el sofá el programa o el tronista de turno y «guasapeando» con sus compañeros de clase? Una detrás de otra, muchísimas horas. Sin embargo, el lenguaje que utilizan no es el más apropiado: abreviaturas, faltas de ortografía, acrónimos traídos del inglés… Si la abreviatura podía tener su razón de ser en aquellos SMS de 160 caracteres, por temas de ahorro (aunque a mí no me miren, que yo siempre escribí con todas las letras, y hasta poniendo espacio después de los signos de puntuación, costara lo que costase), ahora parece que más: Twitter solo nos deja 140 caracteres para decir algo y, si restamos menciones, etiquetas y demás, incluso menos. Pero eso, que podría ser un impedimento, debería significar un doble esfuerzo. Si aprendemos a sintetizar nuestro mensaje, quizá nos pararíamos a pensar sobre lo que tuiteamos y cómo lo tuiteamos. En Twitter (en Internet en general), sin nadie que escuche nuestra voz y nos vea físicamente, nuestra carta de presentación es la ortografía. ¿A que no iríamos a pedir trabajo con la camisa sucia o una mancha de mermelada en el currículo?
Enlazado con los problemas de espacio, y aprovechando que el inglés es la lengua común en Internet, de un tiempo a esta parte vienen colándose en correos electrónicos, mensajes de WhatsApp, actualizaciones en Facebook o tuits, los acrónimos, todos ellos procedentes de la lengua inglesa. Desde el LOL (laughing out loud, reírse a carcajadas), hasta el ASAP (as soon as possible, tan pronto como sea posible), pasando por el WTF (what the fuck?, ¿pero qué narices?, en versión descafeinada) o el TGIF (Thank God It’s Friday, gracias a Dios es viernes). El último acrónimo que se ha colado en Twitter, según nos advertía The Washington Post en un artículo del pasado año, es YOLO: You Only Live Once (solo vives una vez). Un acrónimo que podría ser la definición perfecta de toda una generación. Nacidos a partir del noventa y muchos, con apenas trece o catorce años, llenan esta red social de mensajes de apoyo a sus ídolos musicales y convierten, en apenas unos minutos, un programa de televisión o la noticia de una nueva canción en tendencia nacional. YOLO es el «Solo se vive una vez» que cantaban las hermanas Azúcar Moreno o, algo antes, Gabinete Caligari. El Carpe Diem de toda la vida, vamos, el que Horacio escribió en el siglo I a. C.
Tras el repetido discurso de que fuimos (nosotros, los que nacimos en el ochenta y pocos) la generación más preparada de la historia, estamos asistiendo ahora a una generación, la de los YOLO, que, viendo cómo está el panorama, tiene el peligro de dejarse llevar por la corriente de desilusión y desgana. Pero son ellos los que tendrán que poner la primera piedra para la recuperación económica y moral de nuestro país. Debemos hacer un cambio de rumbo total, un viraje repentino para escucharles y atender lo que nos tienen que decir. Porque, en medio de todas esas menciones a cantantes de moda y retuiteos de frases de películas, está la voz de toda una generación. Y, si nos paramos a leerles (porque su hábitat natural es Twitter), comprobaremos que hablan con auténtica sensatez, saben lo que quieren y, como siempre a esas edades, necesitan sentir que son valorados. Al fin y al cabo, y eso ellos ya lo han entendido, solo se vive una vez.