Durante estos días, cientos de niños y jóvenes de la provincia inician el curso escolar entre ilusionados y temerosos. Unos tienen ante ellos el inicio de una larguísima trayectoria educativa; otros la vuelta a la rutina, el despertador de cada mañana, el almuerzo, los nuevos y los viejos amigos… Pero ante todo, nuestros niños y jóvenes regresan a la escuela cargados de esperanza y optimismo. Cargados también de peso. No es nuevo denunciar que los estudiantes, sobre todo los más pequeños, llevan kilos y kilos de material escolar colgado sobre sus espaldas. Mucho más de ese 10% de su peso que recomiendan los especialistas.
Cada septiembre la vuelta al cole cuesta más. Eso tampoco es ninguna novedad. Las editoriales han dado un paso al frente, dividiendo cada libro de texto de cada asignatura en tres, una parte por trimestre, de modo que el niño o la niña llevan menos peso pero al padre le cuesta más: cada asignatura viene dividida y encuadernada tres veces, lo que encarece la edición y, consecuentemente, el producto final. El conjunto de libros puede llegar a salir por unos 350 euros. Y en una familia con tres hijos, por ejemplo, eso representa una cantidad superior a los mil euros. Ya ven, la paga extra de verano, y eso si se tiene la suerte de trabajar. Por otro lado, esa cifra solamente se refiere a los libros de texto. Súmenle el chándal, el uniforme, la mochila (este año de Phineas y Ferb), el bolígrafo ergonómico… Una pasta, como ven y como sabrán.
Sin embargo, podría ser más barato. ¿Cómo? Muy sencillo. Escribo estas líneas desde una tableta electrónica, uno de esos aparatos intuitivos que los niños saben utilizar con tan solo encenderlo y trastearlo unos instantes. Cada estudiante podría tener una de estas tabletas (subvencionada por ayuntamientos, por la Conselleria o directamente por el Gobierno central), aparatos que podrían durar varios años, y las editoriales podrían editar electrónicamente sus libros de texto para que los padres los pudieran adquirir mediante descarga tras pago. Las instituciones públicas no están para tirar cohetes, de acuerdo, pero la educación no puede pagar los platos rotos del derroche producido en otros ámbitos. Sin ir más lejos, en mi Novelda natal, el equipo de gobierno ha eliminado el bono-libro municipal con la excusa de la austeridad y la crisis.
Con los libros electrónicos nos evitaríamos el peso excesivo: todos los libros en un mismo espacio, de menor tamaño que una hoja DIN A4. No olvidemos que buena parte de esos libros, al no servir para cursos posteriores, acaba en el contenedor de reciclado, con lo que también estaríamos frente a una medida ecológica.
Tampoco hay que olvidar que al no imprimirse ni encuadernarse, el libro de texto electrónico sería mucho más económico (la media actual por un libro de texto físico viene a ser de unos 29 euros). Además, tiene más posibilidades: enlaces, actualizaciones a lo largo del curso, etc. Con ello no estoy diciendo que se elimine el libro físico de nuestras vidas. Ni mucho menos. El libro de lectura tal y como lo conocemos seguirá existiendo, a pesar de que conviva con el libro digital. Y el niño, aun teniendo su libro de texto digitalizado, seguiría haciendo los deberes en cuadernos, seguiría escribiendo, seguiría yendo a clase.
Otra opción, a la que también recurren algunos docentes viendo el derroche de papel y el gasto excesivo de cada volumen, es renunciar al libro de texto, tanto digital como físico, siendo el profesor quien proporcione todo el material. Una medida drástica, sí, que puede ser una opción válida en cursos más avanzados, como el último ciclo de ESO o el Bachillerato, pero que en Primaria no puede sostenerse.
El problema serían las editoriales. ¿Estarían dispuestas a perder esa parte (grande) de negocio? Seguirían vendiendo libros de texto, ahora digitales, pero el beneficio sería menor. Perderían también las imprentas, los distribuidores y las librerías. Estas últimas están casi obligadas o condenadas a reinventarse en espacios de ocio cultural (cafeterías literarias, venta de productos relacionados con la lectura y la escritura…). ¿Hasta qué punto las grandes editoriales (son apenas cinco o seis las que representan buena parte de ese atractivo mercado) se sacrificarían un poco por el bien general de la sociedad y la educación? Ahí está el debate.