Hemos asistido estupefactos al culebrón del verano entre Madrid y Barcelona. Y no, esta vez no se trataba del fichaje de algún galáctico futbolista venido de otra tierra bendecido para vender camisetas, firmar pósteres y promocionar cereales. Se trataba de la contienda entre las dos grandes ciudades de España por albergar Eurovegas: a un lado, con calzón azul mediterráneo, Barcelona, con su gótico y su modernismo, su inacabada Sagrada Familia, su museo Picasso y su mercado de la Boquería. Enfrente, con calzón blanco paloma castiza, Madrid, con su Carlos III y su chotis, su Retiro, su tridente de museos y su Torre de Cristal.
La verdad es que la batalla entre los políticos de una y otra región ha tenido demasiados paralelismos con aquella película de Berlanga, Bienvenido, Míster Marshall. Nuestro Marshall es Mr. Adelson, el multimillonario magnate de los casinos que viene, o eso nos han asegurado al menos, a salvar nuestro país de la crisis, a recoger los cinco millones de parados y ponerlos todos a trabajar. Primero construyendo los hoteles, los casinos, los restaurantes, las pistas de tenis, echando cemento sobre cada centímetro de campo que encuentren; y luego haciendo de crupieres, camareros, limpiadores, oficinistas, aparcacoches. Un chollo, vamos.
Que la crisis en España está siendo más dura por culpa de la burbuja inmobiliaria, eso ya lo tenemos asumido. Pero que vayamos a salir del foso gracias a otra burbuja inmobiliaria está menos claro.
El caso es que Eurovegas finalmente se ubicará en la comunidad de Madrid, probablemente en Alcorcón, donde ya están frotándose las manos ante la llegada de los «poquerdólares». A mí todo esto, salvando las distancias entre realidad y ficción, me recuerda a aquel capítulo de Los Simpsons en el que todo el pueblo acepta que se construya un monorraíl que no necesitaban gracias a la pegadiza canción que el empresario de turno improvisa ante la multitud. En ese capítulo, la única que se muestra reticente es Marge Simpson. ¿De verdad necesitamos Eurovegas en España? ¿De verdad necesitamos treinta y seis mil habitaciones de hotel más, seis casinos con dieciocho mil máquinas tragaperras o más de trescientos mil metros cuadrados de superficie comercial? No sé qué le habrá cantado Esperanza Aguirre a Mr. Adelson, pero me parece que necesitamos un poco más de pensamiento crítico. A veces, levantar la ceja es un buen ejercicio que fortalece el cerebro. El potencial turístico de España es infinito: costa, arquitectura, montaña, historia, gastronomía, nieve, cultura, museos, espectáculos, arte, literatura… ¿Vamos a tapar todo ello con blackjack, no va más, 29 negro impar? Si fuera estadounidense, no me gustaría que a mi ciudad la conocieran mundialmente por ser la Capital del Juego. Si fuera de Alcorcón tampoco.
Mientras tanto, ¿qué ha hecho el contrincante de aquella batalla que les relataba? Lejos de abandonar cabizbajo el cuadrilátero, ha revestido la derrota con otra propuesta de grandilocuentes expectativas y sonoro nombre: Barcelona World, en Tarragona. Y es que es lógico: aquí, el que no corre vuela…, a pesar de que recuerde a esos dos amigos discutiendo por ver quién mea más lejos. Increíble, aunque como decían en aquella mítica película de John Ford, El hombre que mató a Liberty Valance: «en el Oeste, cuando la leyenda supera a la verdad, publicamos la leyenda».