Rajoy no llega a final de mes. Eso dice: que, como cualquier ciudadano, él tiene que mirar la cuenta cada día 30. Seguramente, mientras hace la compra en un supermercado de barrio (como cualquier ciudadano) coge la marca blanca de yogures porque la otra resulta que se sale un pelín de su presupuesto. Y eso que su mujer también trabaja. Y eso que él cobra entre 9.000 y 12.000 euros al mes. Vamos, como cualquier ciudadano.
A Esperanza Aguirre le sucedía lo mismo, ¿recuerdan? En el libro que le escribieron decía que no llegaba a final de mes. Pero ella tenía algo de razón, ahora que lo pienso: cobra un poco menos que Rajoy; creo recordar que unos 6.000 euros mensuales.
Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre, como cualquier ciudadano, probablemente toman el metro para ir a trabajar, se enfadan si su equipo favorito pierde el partido del domingo y los sábados andan estresados porque no encuentran ninguna película buena en el multisala de la comarca. Como cualquier ciudadano, Rajoy y Aguirre hacen el crucigrama del día mientras desayunan en el bar de la esquina y le preguntan al de al lado o al camarero si tienen alguna idea de la solución del 9 horizontal. Es posible que a los políticos, como a cualquier ciudadano, les den gato por liebre, la pernera de los pantalones no les caiga igual en la tienda que en sus casas y, de tanto en tanto, una señorita sudamericana les llame para venderles las estupendísimas ventajas de cambiarse de compañía telefónica.
Eso es lo que debería ser.
Mariano Rajoy dijo en el programa «Tengo una pregunta para usted», de TVE, que de ser Presidente trabajaría para que todo el mundo cobrara lo máximo posible. A eso se le llama demagogia. En su pretensión de aparentar ser una persona normal y corriente, preocupado por los problemas de la personas «sensatas» y la geografía nacional (con esas constantes referencias a acabo de estar en su tierra, qué bonita y qué verde que la tienen), a Mariano Rajoy se le olvidó que para ser político no basta con preocuparse por los problemas de la gente, sino que lo esencial es sufrir esos mismos problemas. Lógicamente, yo me puedo poner en la piel de una persona que cobra una pensión de 300 euros, e incluso puedo pedirle su teléfono y hacer que mi gabinete o mi secretaria concierten una cita y hablar con ella, pero cobrando en un mes tres veces más de lo que esa persona cobra en un año, pues poco voy a entender.
A nivel local sucede exactamente lo mismo. Cuando no te has tropezado por el mal estado de las aceras, porque siempre vas en coche, es imposible arreglar las zonas dañadas, los baches, los agujeros, etc. Cuando no se camina por las calles, cuando no se patea Novelda de punta a punta, porque uno se dedica a esconderse en su casa por miedo a lo que le puedan reprochar, es imposible darse cuenta de lo difícil que es encontrar una papelera (ya están tardando en sorprendernos con la campaña electoral de papeleras nuevas). Como decía un amigo mío, ya que yo no soy tan alto: cuando no te has dado de cabeza con las novísimas señales «siglo XXI» (esas azules que hacen curva en lo alto), es imposible ver que ocupan media calzada. Cuando tu hijo va a un colegio concertado o tú trabajas en uno, cuando te niegas a hablar con las AMPA, cuando todo es ordeno y mando, es imposible ver las ventajas de la enseñanza pública y de la colaboración con las asociaciones de padres y alumnos. Cuando no te interesa para nada la cultura, es imposible trabajar por ella. Y así sucesivamente.
Lo mejor de ser político, lo mejor de ocupar un puesto público, es poder trabajar para que los problemas de la gente, que son los tuyos propios, se solucionen. Y esos problemas solo pueden verse a pie de calle, hablando con uno y con otro y saliendo de vez en cuando de esa burbuja dorada en la que algunos se creen inmersos.