Tengo un amigo que acaba de divorciarse. Al principio fue muy duro. Tuvo que cambiar sus costumbres, estirar los horarios de trabajo. Y todo por no querer enfrentarse a la realidad de una casa vacía, de los espacios infinitos y ese silencio sobrecogedor de las mañanas, cuando ya no hay risa ni conversación que valgan, cuando únicamente queda el ruido de la cafetera, el sutil murmullo de un debate matutino por la tele y lo que sea que esté sonando en el iPod. Esas mañanas despertaba en una cama enorme, sin ella, sin la que había sido su compañera y su mujer, su amiga y su confesora, y el mundo se le venía encima. Pero este amigo mío adoptó enseguida la conocida máxima de que crisis es igual a oportunidad.
Así que, en vez de sumirse en la derrota, en vez de dejarse arrastrar por los aires cambiantes que acechaban su vida, decidió luchar contra todo (incluso contra sí mismo) y afrontar esta nueva etapa con optimismo y confianza. En una situación de crisis, el peor enemigo que podemos tener somos nosotros. Salir a la calle vencidos acabaría con todo, nos limitaría en cualquier situación de nuestra vida, a todos los niveles.
En este mundo en crisis, enfrentarse al día a día con esperanza y convicción, también es fundamental para salir vencedores. Y que conste que aquí una victoria no significa una ganancia material. Estoy hablando de ganarle a la vida, de ser feliz contigo mismo, de no temerle al futuro, ya que el futuro no es más que la recompensa por nuestro presente: así como vivamos, según lo que cosechemos diariamente, así serán los frutos que recojamos.
Muchos son hoy los que están a las puertas de ese futuro, en los institutos y las universidades, sin saber lo que les deparará el mañana. Han escogido una línea educativa, han elegido una carrera, pero la crisis también hace mella en ellos y los desmotiva constantemente. Los desmotiva a continuar estudiando y alargan tanto como sea posible el tiempo de entrar en un mercado laboral saturado. Su «divorcio» es interior, no físico. Se han divorciado, o quieren hacerlo, de lo que vendrá. Ese temor los encierra en las aulas, en sus casas o en unas vidas lejos de la formación y el estudio. Parecido divorcio sufren los que han perdido su empleo, divorciados del horario semanal, de los cafés con los compañeros, de las cenas de empresa y la preparación de la jornada siguiente cada noche. Ese divorcio les ha sumido en la derrota de que ya no encontrarán trabajo, de que los jóvenes vienen pisando fuerte, de que «total, ¿para qué?». Ese divorcio los hunde en un mar de facturas sin pagar, enterrados por un sentimiento de culpa que ni ellos mismos saben explicar. Encerrados en casa a diario, esa pérdida de empleo puede significar el leve empujón que necesitaban las fichas de dominó de sus vidas para ir cayendo una a una.
Por eso no hay que dejarse vencer nunca. Recuerden: con cada crisis nos llega una oportunidad. Solo debemos estar despiertos para verla. O salir a buscarla. Esta época que vivimos, que comenzó como una crisis financiera y ha terminado convirtiéndose en una verdadera crisis moral y de valores, es la época de la creatividad, de invertir en cultura y en personas. Teniendo en cuenta siempre que nadie va a regalarnos nada.
Empezaba diciéndoles que tengo un amigo que acaba de divorciarse. Ahora ya va saliendo, queda con amigos, monta cenas en su casa. Ahora disfruta de la vida desde otro punto de vista. Pero solo él sabe lo difícil que fueron los inicios. La angustia primera, el temor a la soledad, al amor perdido, al cariño olvidado. La oportunidad de su «crisis» particular ha sido no darse por vencido, no tirar la toalla. Y seguir mirando al futuro, porque nuestros sueños únicamente pueden cumplirse allí. Tan solo hemos de luchar por ellos.