Aquel día aquel día alanceado en que te había perdido
Louis Aragon
El 23 de noviembre del pasado año, viernes que todos habríamos de recordar, empezó como un día normal. Aquella mañana cumplía una compañera del Conservatorio catorce años y la felicité, interceptándola a la salida del colegio Santa María Magdalena, dándome prisa al bajar del autobús de la Universidad, ya que no recordaba cuándo acababan las clases para los de Secundaria. Se llamaba Ángela y el próximo 23 de noviembre volveré a felicitarla, pero todo será distinto.
Aquel día, la Big Band de «La Artística» actuaba en el Teatro Wagner de Aspe y nuestro director, Antonio Álvarez, nos citó sobre las cinco y media en la academia (cargar el furgón, montar la banda, etc.). Yo me había excusado porque tenía, por aquel entonces, clase de postcomunión a los niños de 4º de Primaria del Padre Dehon, aunque fui en vano, porque esa tarde no había clase y mi memoria no lo recordaba. Así que acabé en la Banda, llenando una blanca furgoneta de tarimas, amplificadores e instrumentos.
Mientras, Ángel Ivorra Moreno venía hacia Novelda para dar clase de clarinete. Luego tenía ensayo del coro que había formado para cantar en los villancicos escolares del mes siguiente, y más tarde, conjunto instrumental, de donde saldrían los músicos que llenarían la Banda en el futuro. Yo ayudaba en los ensayos del coro, tocando el piano mientras Ángel dirigía las inquietas voces, y le había dicho que aquella tarde no podía estar con él por el concierto. Sonrió, como siempre hacía, y dijo que no pasaba nada. Por otro lado, quería verlo, puesto que tenía que decirme la hora para el día 24 de noviembre, cuando se celebraba el concierto de Santa Cecilia en Calpe, donde también daba clase, y en cuyo acto también tocaba yo.
A la tardanza de Ángel, o Ivorra como le llamábamos, se unió la desesperación de una alumna suya, que miraba el reloj y preguntaba a cada persona que pasaba: ¿Y Ángel? Pero nadie lo sabía. Luego supimos que había tenido un accidente con su Opel Corsa y la preocupación llenaba nuestras caras de angustia. Se había comprado un coche nuevo, pero no lo tendría hasta pasados unos días. Las cosas siguieron más o menos su curso. Ir a Aspe y volver. Cargar-descargar. Luego la noticia llegó en forma de lágrima rodante. Ángel Ivorra Moreno había muerto en el hospital. Tenía 24 años.
Su figura, su presencia nos dejó a todos una imborrable huella en el alma. Su amistad de algodón y ternura me recordaba todos y cada uno de los momentos que había pasado con él. Yendo, casi siempre, a tocar allí o aquí, donde él me dijera. A Villajoyosa, San Vicente, Onil, y un largo etcétera. En cada rato que compartía con él me unía más y más. Conversaciones que ya quedan entre nosotros dos, ahogadas en el silencio sepulcral de la tarde abrumadora. Nada importaba si Ángel me acompañaba, con el sonido de Radio Clásica en el ambiente, dándole golpes en un punto estratégico del salpicadero para que no se fuera la emisora.
Ángel, amigo y compañero de todos, profesor de clarinete aquí y en otros sitios, pero sobre todo músico, músico itinerante que había tocado en cualquier sitio. Pero el azar, de piedra y metal, quiso llevárselo aquella tarde. El día de su entierro, una piña de músicos de toda la provincia (Villafranqueza, su tierra; Benilloba, Alicante, Novelda) tocaba los acordes de Chopin. Aquella semana se suspendieron la mayoría de los actos musicales de la zona, o se recordaba a Ángel, o simplemente se lloraba en silencio. Por ti, compañero, gran amigo, músico. Por ti, Ángel.