En ocasiones, la vida no es más que un cúmulo de proyectos sin realizar. La mayoría de las veces, sólo el azar gobierna los segundos.
Dr. Rainiero Gosmaj, Ensayo de las cosas que nos pasan
Conocí a Regina Midorrojas un día de septiembre de 2001, en la Universidad de Alicante. De inmediato, y siguiendo con esa serie de casualidades con las que uno intenta llegar a final de mes sano y salvo, supe que era pianista.
No intenten engañarse: a una pianista se la reconoce nada más verla. ¿Cómo? Eso se sabe. La textura de los dedos, largos y delgados, la espalda recta, fina, una auténtica autopista a la salvación. Una vez escuché a Andrés Calamaro, el gran profeta del rock en español, decir las siguientes palabras: «Después de veinte años, al igual que pasa con el vino, ya se puede decir que un músico es bueno sin necesidad de abrir la botella». Eso mismo ocurre cuando ves a Regina Midorrojas sentándose al piano, tal y como lleva sentándose desde los tres años… y ya ha cumplido treinta y uno.
No importa que te regale una nueva versión de «Malena» (el tango que Homero Manzi ofreció como detalle de su amistad a Néstor, abuelo de Regina, cuando nació Malena, la madre de mi amiga). No importa que te toque «Cambalache» o «Yuyo verde» o «Sur». No importa.
Cuando se sienta al piano, Regina, que todavía conserva en la mirada la niebla triste de su Buenos Aires natal, su Buenos Aires querido, puedes apreciar en el ambiente el cálido susurro del silencio, la brisa tensa del olvido más profundo. Nada más importa. Nada más podría importar.
Cuando escribo estas líneas, Regina Midorrojas está en Argentina, a caballo siempre entre dos tierras, tan lejanas y a la vez tan cercanas. La llamé y me dijo: «¿Querés saber de nuevo de ‘Malena’? Ya escribiste la historia, ¿tá?».
Tenía razón: hace ya algunos años, en la revista local La Glorieta que dirigía Juan Pastor salió publicada la historia de ese enigmático tango que es, no obstante, la historia de la madre de Regina, la historia también de la propia Regina, la pianista de tangos más joven que dio aquel país.
«Preguntame por La Chicana. ¿Tenés el nuevo disco?».
Y yo le dije que en realidad le iba a preguntar sobre «Música para pelar una gamba», la pequeña obra que el Conjunto Instrumental de la Escuela de Música de La Artística había estrenado «mundialmente» en una audición de final de curso.
«Pero aquello fue en 2004…», dijo en un suspiro.
En efecto. Esa pequeña pieza forma parte de Musicando lo cotidiano, una voluminosa obra, aparecida en 1994, que consta de ciento cincuenta partituras breves para piano o pequeña banda. Ella, para desilusión mía y de mis alumnos, no pudo asistir a aquella audición, pero al final pude conseguir la cinta de vídeo y mandársela a allá.
No tardó en felicitarme por la versión, accidentada en algunos casos, de su breve obra. Y, osada ella, envió meses más tarde lo último que había compuesto, «Buenos Aires Navidad», un tango-villancico porteño que mis alumnos de Coro interpretaron con gran maestría (y acento argentino) en el Festival de Villancicos de aquel año de 2004, celebrado en la parroquia de San Pedro.
Todo un éxito. Ella misma lo relató en la revista de Santa Cecilia del año 2005.
La última vez que vi a Regina Midorrojas se había teñido el pelo de rubio oro y seguía conservando en la mirada la pátina fresca de la que, a pesar de la juventud, ya ha visto demasiado. Fue en las pasadas Fiestas Patronales. Ella sigue las noticias de Novelda muy de cerca mediante Internet y decidió verme en acción en mi actual responsabilidad pública. Asistió al concierto de la Banda del día 19 de julio, en la explanada del Santuario, y pudimos hacerle un hueco en la tribuna de autoridades durante la retreta. Y, por supuesto, hablamos de música. Ella sabe que he compuesto algunas obras para banda, nada del otro mundo. Nada, por supuesto, que pueda compararse con sus magistrales piezas, claro está. Aun así, hice algunas copias de mis pasodobles que ella desconocía. Y ella me presentó un breve esbozo de lo que, según dice, será su última obra, su mejor obra: una sinfonía para banda que, ya aventuro y es un orgullo, quiere que estrene nuestra Artística.
Por su parte, Regina volverá a España, a su «refugio» del centro de Alicante, hacia Navidad, más o menos, con el encargo de un mate y una bombilla para poder tomar en mi casa la yerba mate que tantas veces degusté en la suya. Cuando vuelva; es decir, cuando vuelva a girar la llave de su casa y vuelva a sentarse al piano, espero que termine pronto esa obra que tiene en mente y que va tomando forma en sus dedos, esa obra dedicada a nuestra Banda cuyo título resume la relación cordial que mantiene con nosotros: Un puente hacia Argentina.