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Soñar despierto

La vi cuando salió, en 2013, y estos días la he recuperado en Disney+. Hablo de La vida secreta de Walter Mitty, dirigida, producida y protagonizada por Ben Stiller y con guion de Steve Conrad, responsable del texto de En busca de la felicidad.

Stiller da vida a Walter Mitty, que sufre ensoñaciones pasajeras en todas partes: trabajo, calle… Desde el primer momento sabemos de su motivación: una nueva compañera de trabajo (Kristen Wiig, a la que vimos en Marte), que tiene cuenta en eHarmony (una suerte de Tinder). Patton Oswalt es un empleado de la compañía que llama a Mitty para que complete el perfil de la red social, pero el responsable de negativos de la revista Life no ha hecho demasiado. Ha estado solamente en una ciudad y porque iba de camino a otra.

A Oswalt solo lo conocemos por su voz, hasta que se encuentran en el aeropuerto de Los Ángeles y comparten mesa y comida en una conversación a la que se le podría haber sacado más jugo. Tampoco sale mucho la madre de Mitty, interpretada por Shirley McLaine. Y qué decir de Sean Penn: sale apenas cinco minutos (es el fotógrafo que «tiene» el negativo 25, la portada de la que será el último número de Life), pero llena la pantalla y deja para la posteridad una de esas frases para enmarcar en fondo negro y letras blancas: «Las cosas hermosas no piden atención».

A mí la película me encantó en su día (atentos a la fotografía y a los paisajes de Islandia) y creo que ha aguantado bien los años. Hasta los efectos especiales no chirrían después de doce años. Además, no sé por qué, pero siempre la he conectado con Di que sí, protagonizada por Jim Carrey en 2008.

La película se basa (mejor dicho, se inspira) en el cuento homónimo de James Thurber, publicado el 18 de marzo de 1939 en The New Yorker. El cuento es corto, unas cinco páginas, que en el mundo anglosajón de los relatos es un suspiro. Aquí está el original y aquí la traducción al español. La editorial Acantilado publicó en 2004 bajo ese título una selección de relatos de Thurber,

El relato empieza directamente con la primera ensoñación (de las cinco que veremos). Aquí están las primeras líneas:

—¡Estamos pasando!
La voz del comandante se oía como cuando se quiebra una capa delgada de hielo. Llevaba el uniforme de gala, con la gorra blanca, cubierta de bordados de oro, inclinada con cierta malicia sobre uno de sus fríos ojos grises.
—No lo lograremos, señor. Según mi opinión está por desencadenarse un huracán.
—No le estoy pidiendo su opinión, teniente Berg —dijo el comandante—. ¡Ponga en marcha el generador de luz a 8500 revoluciones! ¡Vamos a pasar!
El golpeteo de los cilindros aumentó: ta-poqueta-poqueta-poqueta-poqueta-poqueta. El comandante observó la formación del hielo sobre la ventanilla del piloto. Dio unos pasos y manipuló una hilera de complicados cuadrantes.
—¡Enciendan el motor auxiliar número 8! —gritó.
—¡Enciendan el motor auxiliar número 8! —repitió el teniente Berg.
—¡Poder máximo en la torrecilla número 3! —gritó el comandante—. ¡Poder máximo en la torrecilla número 3!
Los tripulantes, atareados en el desempeño de sus respectivos trabajos dentro del gigantesco hidroplano de ocho motores de la Armada, con sonrisa aprobatoria se decían entre sí:
—¡El viejo nos hará pasar! ¡Ese viejo no le tiene miedo ni al diablo…!
—¡No tan aprisa! ¡Vas demasiado aprisa! —dijo la señora Mitty—. ¿Por qué vamos tan de prisa?
—¿Qué? —dijo Walter Mitty.
Con un extraño asombro miró a su mujer que estaba sentada a su lado. Le hizo el efecto de ser una mujer desconocida que le hubiera gritado en medio de una multitud.

Atentos al recurrente uso de la onomatopeya poqueta como forma de darle unidad al texto. En el relato, Walter Mitty tiene una vida tan anodina junto a su mujer (a la que lleva de compras a la ciudad de Waterbury) que va imaginándose, a medida que conduce, pasa por delante de un hospital u oye a un repartidor de periódicos, que es un piloto de la Armada, un reputado cirujano o un asesino durante un juicio.

A partir de esa idea inicial, el guionista de la película cogió el nombre del personaje y construyó una película que poco tiene que ver con el relato, únicamente en esa vida tranquila y con aparente sopor. Por eso la llamada a la acción, en ese camino del héroe literal que lo va a llevar a Groenlandia, Islandia y Afganistán (más puntos de vuelo que Willy Fog) en busca de un fotógrafo freelance y escurridizo que tiene la clave del negativo 25.

Ahora que se termina el verano, es buen momento para volver a ver La vida secreta de Walter Mitty. Sobre todo, por los paisajes gélidos de Islandia, que contrastan con el calor que tenemos.

Para terminar, una curiosidad: cuando se estrenó la película, la revista Life ya era una página web desde 2007 y no la icónica revista que empezó con periodicidad semanal (desde 1883) y luego mensual (desde 1978). La portada del último número impreso fue esta, publicada el 20 de abril de 2007. No es la que aparece en la película. Esa no la pongo, claro, que ya sería destriparla demasiado.

Publicado enReseña

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