Joaquín Juan Penalva (Novelda, 1976) publicó el año pasado Anfitriones de una derrota infinita en la editorial Huerga & Fierro. Con el reciente Premio de la Crítica Valenciana en su modalidad de poesía, vuelvo a leer estas páginas, estos treinta y un poemas que, como los cuadros de Edward Hopper, se terminan enseguida pero se recuerdan durante días, con el fin de escribir unas líneas que, de seguro, son la mejor manera de reabrir este blog de mi renovada web.
El libro, tercero en solitario tras La tristeza de los sabios (accésit de Poesía 2006 para Jóvenes Creadores de la Academia Castellano-Leonesa, 2007) e hiberna, hibernorum (ediciones Frutos del Tiempo, 2013) culmina una trilogía de la derrota que ha encontrado en Anfitriones… el mejor fin. Ya lo anticipaba el autor al final de su anterior libro, que cerraba con un clarificador poema titulado «hasta pronto» que enlazaba una serie de preguntas retóricas: «¿Cuál será / la última película, / el último libro, / la última sonrisa? // ¿A dónde iremos / en nuestro último viaje / juntos? // ¿De quién será / la última conversación, / el último recuerdo, / el último abrazo? // Al final, / ¿habrá algo de todo esto / que nos haga pensar / que ha valido la pena?». Poco más de dos años después, podemos confirmar que sí, que valió la pena esperar los nuevos versos de Joaquín. Con la misma facilidad con la que entonces nos presentaba la cotidianidad de los días normales, las clases, las calles, las ciudades (propias y extrañas), ahora nos sume en una epopeya moderna a la nostalgia, un canto a los fracasos. Como en «Escenario de derrota»: «Aquel campo baldío, / aquella llanura desolada… / es el paisaje / de la última batalla, / de la última derrota, / la transición hacia otras / guerras… // mi vida, en fin». Las ciudades (Venecia, Lisboa, Madrid) también son el marco perfecto para que el poeta traslade su mirada, no ya pesimista sino nostálgica, a todo cuanto le rodea. Otras ciudades solo son nombradas desde la distancia, quizá en el recuerdo de estancias pasadas, como una mirada nebulosa que parece cubrirlo todo, como una pátina de desesperanza. «Desde el tren»: «En Alcázar de San Juan, / junto a la vía, / hay un cementerio / de vagones de tren / abandonados, / viejos, rotos… // En Alcázar de San Juan, / junto a la vía del tren, / hay un cementerio / de historias / —cada vagón / guarda la suya, cada asiento, / cada litera, / la nuestra—; // esta es una de ellas».
Historias como la de «Cine Robledo», tan gráficas, tan perfectas, que no sobra ningún verso, no falta ningún sustantivo. Historias donde también se cuela el protagonista de El coche fantástico: «Era el rey / de las tardes / de verano; / conducía un flamante / Pontiac Firebird / Trans-Am negro / muy testarudo / y se llamaba / Michael Knight. // Qué poco me queda de entonces, / qué poco queda de mí ahora». O historias (anécdotas ascendidas a lo sublime) de fracasos que ocultan homenajes a poetas queridos (como el de «Un día llamado Ángel»: «¡cuánto me hubiera / gustado acompañarte!, / pero todo lo impidió / el protocolo») o de fracasos poéticos que auguran próximas victorias. «Cuando perdí el Adonais»: «Tengo ganas de llegar / a mi casa / y a mi costumbre, / y hacer de esta última guerra / una nueva derrota, / otra batalla perdida».
Sin embargo, en esa nostalgia futura de lo que está por llegar adivinamos también la esperanza de nuevas alegrías, de futuros del todo inciertos que, de nuevo, ocultan fracasos ya conocidos. Es el caso de «Visión de futuro», uno de los últimos poemas del libro: «Siempre quedará / otra batalla que perder… / hacia esa derrota / pongo rumbo». Hacia allá lo acompaña su familia, esa que vimos crecer en los anteriores poemarios y que ahora complementa al poeta en el devenir de sus días: «Hace un buen día; / esta tarde iremos de compras / —abierto por rebajas—, / mañana será el día de Joaquín / y pasado estaremos / de nuevo en Novelda. / ¿Volveremos aquí algún día? / ¿Cuándo? ¿Quiénes? / ¿Cuántos?».
Con esa misma duda del cuándo, cerramos Anfitriones de una derrota infinita hasta su próxima relectura. Joaquín Juan Penalva nos debe otro poemario, otra cadena de versos engarzados con la precisión con la que nos tiene habituados. Hasta entonces, solo nos queda lo mejor: seguir leyendo.
Anfitriones de una derrota infinita está publicado por Huerga & Fierro editores. Se puede adquirir aquí.