Cuando aún no existía el cine, Eugène Scribe inventó las reglas de lo que más tarde se consideraría un «blockbuster». Era 1820 y faltaban muchos años para que el invento de los hermanos Lumière triunfara en todo el mundo para ponerle imágenes y música (e incluso, décadas después, voces y palabras) a nuestros sentimientos y emociones, pero Scribe utilizó sus reglas una y otra vez para hacerse multimillonario en el París de la época con obras de teatro que
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Supongo que habrán oído la noticia de esa discográfica estadounidense cuyo productor no quiere publicar a jóvenes talentos ni arriesgar su dinero en grupos surgidos en bares, al amparo de la noche, como la banda sonora de unos besos robados regados con alcohol. Desde hace años, y ya que la discográfica es suya, solo edita discos con versiones de rock de los 60 o grunge de los 90. Y le va bien, tan bien que otras discográficas han decidido
La noticia saltaba hace pocos días, pero, a poco que uno hurgaba en el interior, se percataba de que tenía algunos años. Suele ocurrir: las redes sociales rebotan contenidos ya pasados que se nos asemejan nuevos y los viejos comentarios se confunden con los actuales. Pero esa noticia es atemporal. Al parecer, médicos ingleses van a recetarles libros a enfermos de depresión y ansiedad. Sobre todo, poesía y novela, pero también volúmenes propios del género de autoayuda. Y, claro, como los médicos saben de
«Uno no escribe las novelas que quiere, sino las que puede». Así empieza el artículo «Novelas de la ciencia», firmado por Antonio Muñoz Molina en su sección Las dos culturas de la revista Muy interesante (nº 422, julio 2016). En el texto, el académico explica que lleva cinco o seis años rondando la idea de una novela cuyo protagonista sea un científico. La tesis que persigue con ello, y que el de Úbeda relata en el primer párrafo del artículo, es