Uno de los aspectos más complicados a la hora de escribir una novela es no caer en una peligrosa falta de verosimilitud. No es nada nuevo; Aristóteles, en su Poética, ya nos lo advirtió. Quienes escribimos novela negra lo tenemos más difícil, si cabe, porque lo que inventamos tiene que ser de algún modo creíble. Al menos, en lo que atañe a las técnicas policiales, el lenguaje de los abogados y de los jueces, el de los criminales, el argot de los carceleros, cómo se lleva a cabo una autopsia, cuánto tarda en descomponerse un cuerpo… Ese tipo de conocimiento que a uno le hace leer manuales de medicina forense o el farragoso Código Penal. No para soltarlo todo como si se vomitara la Wikipedia, pero sí, y volvemos a lo mismo, para que el lector no se sienta estafado o defraudado, que al final es lo principal.
Otras veces, sin embargo, lo que no resulta tan creíble es la propia historia. Ante el temido «está todo contado» se recurre cada vez más a intrincadas tramas que encadenan puntos y punto de giro con tal de sorprender más al lector. Quizá por eso, porque siempre es bueno tocar tierra, vuelve a ponerse de moda (así lo asegura Kiko Amat en un artículo reciente publicado en La Vanguardia) los relatos basados o inspirados en hechos reales. O, pura y llanamente, aquellos libros que novelan un crimen real.
A sangre fría, de Truman Capote, abrió el camino para el gran público. Puede que acudir a las páginas de sucesos solucione el primer paso de todo proceso creativo (¿qué quiero contar?), pero, siempre y cuando se quiera hacer un ejercicio de responsabilidad con la historia en sí, requiere un esfuerzo mayor en la documentación: acceso a las diligencias previas, lectura del sumario, contrastar las fuentes. Y luego la pregunta clave: ¿cuánto tiempo dejar entre el crimen y la escritura del mismo? ¿Aprovechar la actualidad del caso es recurrir al morbo? ¿No dejar curar las heridas de los familiares de la víctima?
Hace poco puse el punto final de una novela que narra un crimen real ocurrido en mi ciudad natal en los años 80, antes incluso de que yo naciera. Era un suceso difícil de narrar, puesto que solo disponía de las habladurías de la gente (y treinta años dan para muchas conversaciones e invenciones, pueden imaginar) y de un mínimo recorte del periódico. Tuve que tirar del hilo y remover cielo y tierra (¡benditas fuentes anónimas!) hasta que di con el sumario judicial. Para mí, este tipo de novelas no puede convertirse en un simple volcado de las fuentes oficiales, con palabras textuales de víctima o verdugo, pues es necesario rellenar los huecos, crear una trama, imaginar voces, personajes. Presentarle al lector, sin ir más lejos, un relato ficticio de lo que ocurrió en la realidad.
En el proceso de documentación de esa novela (que verá la luz en pocos meses) descubrí otro crimen, ocurrido en el pueblo de al lado, aunque de otras características y diez años después. Aquí la prensa se ocupó algo más del caso y hay suficiente material como para esbozar una trama consistente. En eso estamos.
Por último, desde hace unas semanas, la prensa de la Comunitat Valenciana está sacando a la luz los entresijos del ya bautizado como «crimen de Patraix», una auténtica trama de novela, en ocasiones tan sorprendente que quizá par algunos rompiera la regla de la verosimilitud. Volvemos entonces a las preguntas anteriores: ¿cuánto tiempo se debería dejar entre los sucesos reales y la redacción de esa ficción? ¿Aprovechamos el tirón de la actualidad o dejamos reposar los hechos, para que también los actores relacionados con el crimen (implicados, familiares, amistades…) puedan reposar? ¿Narrar esa ficción en concreto, o cualquier crimen en general, aparecido en prensa y cuya sentencia (como todas las sentencias) es o será pública, supone herir sensibilidades o injuriar el honor? ¿Aun cuando se cambien los nombres y apellidos de las personas y los nombres de los lugares? ¿Estamos ante un caso (otro) de matar al mensajero?
Pienso ahora, en relación con mis dudas, en dos de las últimas novelas de Mariano Sánchez Soler: El asesinato de los marqueses de Urbina y Nuestra propia sangre, basadas en el crimen de los marqueses de Urquijo y el caso de la dulce Neus.