Nunca he tenido una máquina de escribir en el sentido más posesivo de la palabra. Sí he trabajado con alguna, pero solo de esa forma romántica en la que un adolescente se sienta a acariciar las teclas pensando que lo que resulte de ahí tiene valor por sí mismo. Por inspiración divina de ese perpetuo clac-clac-clac-clinc. Mi abuelo tenía una vieja máquina de escribir, negra, un armatoste en una mesa auxiliar de su despacho de médico con la que
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Ya me había llegado en forma de correo electrónico, de esos que igual te dicen que tienes miles de dólares en bitcoins por cobrar o en los que te pide ayuda un príncipe nigeriano para cobrar una herencia. El mensaje lleva dando tumbos por la red desde hace años (para ser que más de diez), pero ahora se ha actualizado y se ha convertido en un hilo de Twitter. Seguramente usted lo habrá leído, si es que no se
La foto (más bien, una captura a la tele) era esa. Un niño leyendo. Si nos fijamos en sus ojos, en su rictus serio, en los labios apretados, se diría incluso que está concentrado. Muy concentrado. Lleva más o menos la mitad del libro (Viking myths & sagas: retold from ancient norse texts, de Rosalind Kerven, 2015) y parece que nada de lo que sucede a su alrededor es tan importante como ese ensayo sobre mitología vikinga. Hasta aquí ninguna
Con motivo de la presentación en Novelda (Alicante) de mi última novela, Bajo las piedras, el periódico local Novelda Digital me hizo una entrevista, que publicaron en la edición impresa del mes de mayo de 2018. Aquí os dejo la página y, más abajo, la transcripción de la entrevista. Sirvan también estas líneas para, de nuevo, agradecer al director del diario, Antonio Ayala, y al periodista Antonio Lorente, por hacerse eco de la publicación de la novela, inspirada en un crimen real que
Uno de los aspectos más complicados a la hora de escribir una novela es no caer en una peligrosa falta de verosimilitud. No es nada nuevo; Aristóteles, en su Poética, ya nos lo advirtió. Quienes escribimos novela negra lo tenemos más difícil, si cabe, porque lo que inventamos tiene que ser de algún modo creíble. Al menos, en lo que atañe a las técnicas policiales, el lenguaje de los abogados y de los jueces, el de los criminales, el argot
Servidor siempre ha estado en contra de la censura, sobre todo la que viene de arriba y coarta las libertades básicas de expresión y opinión de las personas, y más concretamente de los artistas. La semana pasada acabé de leer, en el marco de un verano casi plenamente borgiano (el volumen que recientemente han publicado la RAE y las Academias de la Lengua Española es, como indica el mismo título, «esencial») un libro que recoge textos de Jorge Luis
Aristóteles ya hablaba en su Poética de la verosimilitud. Como el griego escribió ese pequeño manual hace dos mil cuatrocientos años, pueden imaginarse cuántos han sido los que han glosado, (mal)interpretado, criticado, comentado y justificado sus palabras. Si nos vamos al original, pasado por el filtro de la traducción (y en las traducciones de los clásicos todos sabemos que hay mil versiones y mil y una posibilidades, y sobre ello se puede leer la introducción que del Arte poética
Escribir una novela es fácil. Que alguien la lea ya es más complicado. Y que haya gente, además, que quiera gastar el dinero comprándola para leerla, parece tarea imposible. Pero ocurre. Y cuando ocurre… la alegría es inmensa. Pero volvamos al principio. A eso de que escribir una novela es fácil. Quizá no sea tan sencillo, ¿no? Todo el mundo ha terminado un libro y se ha dicho: «esto también puedo hacerlo yo». O peor: «seguro que yo lo
Hoy publica El País una curiosa carta al director. La escribe Gonzalo Sánchez Marín desde Gelves (Sevilla) y es tan breve que cabe aquí mismo, en una fotografía: A Gonzalo no le gusta que la gente vaya contando su vida por las redes sociales (se centra, ante todo, en Twitter) y, como quizá no tenga redes sociales (aunque, entonces, ¿cómo carajo sabe lo que la gente publica o deja de publicar?), ha decidido transmitirnos un suceso de su cotidianidad: la rotura de un
Cuando aún no existía el cine, Eugène Scribe inventó las reglas de lo que más tarde se consideraría un «blockbuster». Era 1820 y faltaban muchos años para que el invento de los hermanos Lumière triunfara en todo el mundo para ponerle imágenes y música (e incluso, décadas después, voces y palabras) a nuestros sentimientos y emociones, pero Scribe utilizó sus reglas una y otra vez para hacerse multimillonario en el París de la época con obras de teatro que