Si hay dos lenguajes universales (entendiéndolos como aquellos que cualquier persona de cualquier lugar del mundo puede «comprender» si conoce el código empleado), estos son la música y las matemáticas. Una partitura se lee igual, una ecuación se resuelve de la misma manera en España, en Japón o en EE. UU. Además, los principios que gobiernan la teoría musical y la teoría matemática son los mismos desde hace siglos, pero, por fortuna para vosotros, queridos lectores, no es este el momento de ponerse pitagórico.
Cuando el director de Betania 2018 me convocó para que escribiera un artículo, me envió enseguida un wasap con una imagen, una de las que ilustra estas páginas. Para armar mi texto decidí contactar con algunos noveldenses que entendieran mejor que yo las matemáticas y la música. Debido a que mi último contacto con los números fue en el instituto y con algunos libros de enigmas que he leído después y que sirvieron como documentación para algunas historias, en estas líneas hay dos músicos y un solo matemático. Vaya mi disculpa por delante por el contrapeso en la balanza, así como mi agradecimiento a ellos, auténticos autores de estas páginas.
A los tres, todos noveldenses, les enseñé esa misma imagen. ¿Qué pensaban de ella?, les pregunté. ¿Creían que lo que se decía ahí es verdad? Es decir, ¿es tan importante enseñar música como matemáticas? Óscar Navarro (1981) cree que «la educación debería estar principalmente centrada en las necesidades que se van a encontrar los alumnos en el día a día cuando se enfrenten a la vida “independiente”, pues, cada vez más, a los alumnos se les satura con muchísimos contenidos, que, desde mi punto de vista, no serán de utilidad en más de un 50 %». Todo depende, según él, de cómo se quiera enfocar la asignatura. Parece que los que programan olvidan que, desde que nacemos y hasta el resto de nuestros días, «todos estamos rodeados de música; esa música nos influye en nuestro estado de ánimo, nos ayuda a crecer como personas. Si todo esto no se valora como es debido, crearemos un mundo frío, sin sensibilidad. Un mundo matemático, sí, pero sin corazón».
Albert Alcaraz (1978) profundiza en este último aspecto: para él, «hay países donde la música está denostada o pensada como mero “pasatiempo”. Desde Grecia y hasta el inicio del Barroco, la música perteneció a una de las Siete Artes (que englobaba a las artes exactas: Aritmética, Astronomía, Geometría y Música, y a las artes humanas: Dialéctica, Gramática y Retórica). En la actualidad, además de las cuestiones educativas y los vínculos entre las dos ciencias, existen muchísimas relaciones al tratar la música con otras disciplinas actuales, como Lengua y Literatura, Idiomas, Conocimiento del Medio, Historia, Sociología, Medicina, etc., y hay muchos valores transversales que son necesarios para la vida cotidiana. Me parece que algo importante en la etapa de la formación es la integración de las disciplinas y los alumnos en ellas, y no solo atendiendo, exclusivamente, al ciclo en el que se encuentran, sino también al estadio personal o la necesidad educativa que necesiten. Es decir, se debe optimizar el tiempo. A veces no por dar más horas se aprovecha más. Y no me refiero a una ciencia solo, sino a todas. Pero en esto, dependiendo del “afectado” seguro que opinará de manera diversa».
Es justo lo que le ocurre a nuestro último invitado, el matemático José Antonio Martínez (1978): «Considero que tanto las matemáticas como la música son importantes en la enseñanza de un niño; sin embargo, a pesar de ello, pienso que las matemáticas requieren más horas de dedicación que la música, puesto que es mayor la repercusión que van a tener en la vida funcional de una persona. Las Matemáticas van a ayudar al niño a desarrollar su pensamiento lógico y su capacidad de razonamiento, lo que les va a permitir resolver problemas y situaciones que se van a encontrar en el día a día».
Óscar ve la importancia de la música en el desarrollo emocional de la persona. «Cada persona es completamente diferente a otra y la misma música puede influir de maneras diferentes. Ahí está la clave de su complejidad. En música, dos más dos no son siempre cuatro, ya que hablamos otro lenguaje diferente al matemático. Hablamos de sensaciones, de saber expresar con sonidos lo que queremos transmitir; y para ello dependemos puramente del receptor: el público».
Albert Alcaraz va más allá: la importancia de la música, a lo largo de las etapas educativas, ayuda al «desarrollo motriz, intelectual, sensorial, auditivo o del habla desde su nacimiento. Hablamos del aumento en la capacidad de atención, memoria, análisis, síntesis, razonamiento… y si lo interrelacionamos con otras disciplinas, desde estimular el equilibrio, la capacidad del aparato fonador y el desarrollo muscular o la lateralidad con la Educación Física, Lengua y Literatura, Idiomas, Matemáticas, Historia, por su capacidad de memorización o resolución de problemas, de desarrollo auditivo… La lista sería inmensa».
Después de este primer acercamiento, vamos a conocer un poco más a nuestros protagonistas, si bien apenas necesitan unas líneas, pues son harto conocidos por todos.
José Antonio Martínez empezó sus estudios en el colegio Padre Dehon, para después cursar BUP y COU en el colegio Santa María Magdalena. Tras licenciarse en Matemáticas por la Universidad de Valencia a curso por año, se preparó las oposiciones y, después de un tiempo de prácticas o como interino en institutos de Almansa y Catral, desde 2008 es funcionario de carrera en el IES Vinalopó.
Óscar Navarro estudió Composición y Dirección en la «Allegro International Academy» de Valencia con su maestro y ahora amigo Ferrer Ferrán. Tras ser seleccionado por la prestigiosa USC de Los Ángeles (EE. UU.), su carrera ha sido fulgurante: con varios premios nacionales e internacionales de composición en su haber, sus partituras han sonado en medio mundo y ha sido invitado para hablar de sus obras en festivales y universidades de multitud de países. Sin embargo, como la tierra tira, estamos convencidos de que, por encima de todos los éxitos que tiene y tendrá, en muy alta estima está el haberle compuesto la banda sonora de Sueños de Sal, el documental que hizo que toda Novelda vibrara en aquella noche mágica de los Goya.
Por último, Albert Alcaraz estudió piano, violín, canto y dirección en los conservatorios de Alicante, Murcia y Valencia. También Magisterio e Historia. Más tarde, obtiene su «Master of Arts in Conducting» en la Haute École de Musique de Ginebra, doctorándose en Música. Siempre en plena formación, ha recorrido las aulas de los más prestigiosos profesores de canto y composición, ha actuado en las principales salas del mundo (desde la ópera de París a la de Florencia, pasando por el Liceu de Barcelona o el Concertgebouw de Amsterdam) y ha recibido premios de composición nacionales e internacionales. Sus obras se interpretan en todo el mundo (Italia, Francia, México, Corea del Sur, China, Rusia, Colombia, Eslovenia…), adonde también acude como jurado de diferentes certámenes o como cantante y director principal de coros y orquestas. A esta sazón, su trabajo ha sido retransmitido por todo el mundo: BBC, Radio France, RTVE, Radio Swiss Classic…
Siguiendo con la charla, Óscar Navarro nos cuenta que destacó en la música ya en el colegio y ahora tiene la suerte de vivir de ella: «Conecté con la música de forma tan fuerte que se ha convertido en algo muy importante en mi vida», asegura. Reconoce también que solo si te especializas en acústica, las matemáticas cobran importancia en la carrera musical. Es decir, al final del camino y al principio, con una especialización o desde los primeros pasos en lenguaje musical, donde todo está plagado de cálculos: dos negras son una blanca; una redonda, ocho corcheas…
Por otro lado, se puede afirmar sin temor a equivocaciones que Albert Alcaraz bebió la música desde la cuna. Hijo de uno de los grandes nombres del vocalismo provincial, «una de las piedras angulares de mi vida», afirma, «he tenido en casa el mejor modelo de humildad, sacrificio y trabajo». Aunque reconoce que como estudiante no fue ni bueno ni malo en matemáticas, enseguida demostró predilección por las letras. No obstante, «conforme maduré me di cuenta de la relación entre los números y la música y sentí más atracción». Tanta que, a partir de ahí, siempre ha buscado la conexión, que recibió en sus clases de composición, acústica, canto, afinación, organología, etc., y que ahora estudia antes de abordar una obra, la disposición del cantante o del instrumentista, el orden, la afinación, la duración de la pieza, los movimientos…
Por último, José Antonio Martínez sintió la picadura de las matemáticas desde niño, cuando decidió que quería estudiar y dedicarse a la docencia. A pesar de ello, la música también formó parte de su vida en un primer momento: «durante cuatro años estuve en el conservatorio, toqué la guitarra en la tuna del colegio y en la rondalla [como alumno de Alberto Alcaraz padre]». Respecto a la conexión entre ambas ciencias, cree que, más allá de la referencia a Pitágoras, «rara vez se hizo mención de ello en la carrera». Y tampoco él realiza ninguna durante sus clases.
Para ir concluyendo, y retomando la imagen que supuso el detonante de este artículo, preguntamos a nuestros interlocutores sobre la disposición ideal, según su criterio, de las dos disciplinas. Óscar, que reconoce estar algo alejado del mundo académico, se lamenta de que «las clases de música suelen convertirse en muchos niños tocando la flauta y aprendiendo la vida de los compositores clásicos». Para él hay una forma mejor de transmitir los valores musicales: «hay que enseñarles a ir a conciertos, a ver a músicos en directo, a experimentar creando sus melodías, a formar parte de grupos de trabajo donde todos y cada uno de ellos se sientan importantes. De esta manera desarrollarán una sensibilidad hacia la música que, estoy seguro, despertaría el interés en muchos alumnos por seguir formándose». Albert va también en esa línea: «creo en la integración puntual y la disposición del currículo educativo en función de la persona, el momento del grupo, el curso, etc. Se debe optimizar el tiempo. Y, ante todo, dejar de arrastrar esas premisas todavía de las “materias marías”, el único respeto a “sumar, leer y escribir”, las modas tecnológicas o de idiomas según vengan. Hay que acercar la música a los más jóvenes; por ejemplo: que conozcan el patrimonio que tienen en su pueblo, en su tierra; que ellos y los mayores vean los beneficios de salud, de valores, de conocimiento que tiene la música». José Antonio igualaría las horas de matemáticas en 2º ESO (donde cuenta con una hora menos respecto al resto de la Secundaria) y aumentaría la presencia de la música en Infantil, puesto que «esta disciplina puede ayudar mucho a los niños a estimular y desarrollar su creatividad, su memoria y su concentración, favoreciendo así el estudio posterior de otras ciencias, como las Matemáticas».
No sé si habremos llegado a alguna conclusión, y seguro que este debate podría alargarse horas y horas, estirando la eterna diatriba entre ciencias y letras, entre si hay que enseñar únicamente lo que será útil o no. Sin embargo, creo que nos ha servido para conocer un poco más sobre Óscar Navarro, Albert Alcaraz y José Antonio Martínez en un contexto que no es una sala de conciertos o un aula de instituto. Otros vendrán, como también hubo cientos antes, que traten de encontrar la solución a la maravillosa fórmula (seguro que matemática, ¿por qué no?) de la música.