Vivimos en un mundo insostenible. Desde muy jóvenes, nos han dicho que lo que debe mover el mundo son los progresos y los avances. A cualquier precio. Aunque para ello tengamos que destruir el planeta, literalmente. Pero nada puede crecer ilimitadamente. Ni siquiera, y muy a pesar del neoliberalismo, la economía.
Ahora nos encontramos en uno de esos ciclos de regresión, envueltos en una crisis mundial endurecida en nuestro país por culpa de aquellos gurús políticos que fomentaron la especulación inmobiliaria y el urbanismo salvaje. Por eso la globalización pasa por su peor época.
En su altamente recomendado libro La sabiduría de la sostenibilidad (ediciones Dharma), el intelectual tailandés Sulak Sivaraksa llama a rebelarse contra las estructuras establecidas para afrontar un futuro desde la óptica budista de la generosidad, el amor y la sabiduría, óptica que él aplica a cualquier aspecto de la vida: educación, política, economía…
En un mundo cada vez más dirigido por la codicia, el odio y la ignorancia, en un mundo cada vez más dividido entre ricos y pobres, entre Norte y Sur, donde los unos dependen de los otros (para la subsistencia) y los otros de los unos (para seguir produciendo bienes de consumo pagando una irrisoria mano de obra), Sulak llama la atención, no a los dirigentes, puesto que el cambio está y empieza en cada uno de nosotros, sino a todas las personas. Como dice: «un maestro espiritual no resuelve los problemas de una estudiante, sino que la capacita a encontrar las respuestas por sí misma», asegurando inmediatamente que «no pueden resolverse los problemas de una sociedad concediendo préstamos destinados únicamente a incrementar su prosperidad material».
Y así, a base de conceder préstamos indiscriminadamente para cosas que en realidad no necesitábamos, hemos llegado a este estado. Sin embargo, la preocupación de los países del Primer Mundo sigue siendo incrementar el patrimonio material; mientras tanto, la mayor parte del planeta se muere de hambre a pesar de los excedentes y de toda la comida que tiramos o en guerras que ni les van ni les vienen. Y aun así, nuestra mayor preocupación sigue siendo no poder pagar la letra de ese coche que compramos cuando nuestras horas extras superaban nuestra nómina mensual y podíamos permitírnoslo.
De esa economía salvaje tenemos esta crisis de valores.
La sabiduría de la sostenibilidad también dedica un capítulo a la buena gobernanza de las sociedades. De ese modo, si esta se erosiona, «se debe siempre a uno de los tres venenos de la codicia, el odio y la ignorancia»; es decir, los abusos de poder, la acumulación excesiva de bienestar y el comportarse de una forma nada inteligente. Nuestra Comunitat Valenciana se ha convertido en un ejemplo de cómo se pueden enquistar en el poder los políticos. Dice Sulak: «Cuando los políticos son arrogantes, recalcitrantes, trabajan demasiado estrechamente con los militares, se mantienen por encima de los ciudadanos o desdeñan a los individuos progresistas, su poder solo será un obstáculo para el cambio y pondrá en peligro su propia viabilidad».
Debemos, pues, hacer una profunda reflexión. Debemos preguntarnos hacia dónde queremos dirigir nuestro mundo. Esa reflexión parte de cada uno, pero el futuro ha de ser común, «fundado en los principios de paz, no violencia y justicia para todos los seres», respetando el medio ambiente (la Naturaleza no es algo que debamos conquistar y dominar, o de lo contrario lo perderemos todo), a todas las tradiciones y culturas, creyendo en la sostenibilidad a todos los niveles. El primer paso podría ser la lectura de ese libro, para creer sinceramente que otro mundo es posible, y que eso depende de nosotros mismos.