Sergio Mira Jordán

Un buen guión

Un buen guión
31 de agosto de 2011 WEB   NOVELDA DIGITAL

La cartelera del cine es como un periódico: siempre plagada de novedades. La hemeroteca serían los videoclubes (¿existen todavía los videoclubes?) o las páginas de descargas. Hasta hace poco, la hambruna del cuerno de África ocupaba todas las portadas. La gente no hablaba de otra cosa por la calle. Luego vino la Operación Salida del mes de agosto (y su consecuente Operación Retorno, ambas repetidas a finales de mes). Después la visita del Papa, la marcha laica, la huelga de futbolistas para las dos primeras jornadas de Liga (que finalmente fue una). Luego la reforma de la Constitución, el 0-6 y el 5-0, con esa se sensación de que la Liga de fútbol, por enésima vez, vuelve a ser cosa de dos. Dentro de poco vendrán las elecciones generales. Y poco a poco, nos habremos olvidado del cuerno de África, de los somalíes muriéndose de hambre y siendo abusados o violadas en medio de la más cruel de las impunidades: la de la indiferencia. Pero es un buen guión, aunque ojalá fuera realmente un guión, obra de un guionista dramático.

Desde la huelga de guionistas de Hollywood, aunque me atrevería a decir que incluso desde mucho antes, huelga que duró apenas tres meses (entre noviembre de 2007 y febrero de 2008) y que paralizó el sector a través de sus 12.000 profesionales, las películas norteamericanas que llegan a las carteleras españolas, salvo contadas excepciones, son o bien reposiciones de clásicos de los cuarenta o bien adaptaciones de películas europeas o —lo más de lo más— adaptaciones de superhéroes del cómic.

Y eso que ya no están de huelga…

Razones tenían, por supuesto, y siguen teniéndolas, sobre todo si tenemos en cuenta ese exiguo 5% que perciben del presupuesto inicial. Sin embargo, aún lo tienen mejor que los guionistas españoles, cuyo porcentaje ronda el 1 o 2%. Y a veces, ni eso. Para muestra un botón: el guionista de la exitosa El orfanato, Sergio G. Sánchez, que recaudó más de 25 millones de euros en taquilla, cobró 30.000 euros sobre un presupuesto de unos cuatro millones y medio: el 0,6%. Cobró eso y nada más, ni siquiera otro nimio porcentaje por los beneficios de la venta de DVD, compras online, etcétera.

La composición musical para series o películas está, más o menos, por ese porcentaje. Es decir, la creación es lo que menos representa de un presupuesto cinematográfico. Las palabras que nos embelesan. La música que nos emociona y acompaña en las escenas de acción o amor, la que crea la tensión. Las conversaciones que nos dirigen en la trama y nos hacen sonreír. Todo eso es lo que menos cuenta para llevar a cabo una película. Con ello, no es de extrañar que ser guionista profesional en España sea, no ya un trabajo de riesgo, sino ante todo un oficio vocacional.

Y encima hay que sumarle la piratería. No valoramos las historias que vemos, sino los aparatos con que lo hacemos. Y preferimos gastarnos 600 euros en un nuevo portátil o 299 en un disco duro multimedia de dos terabytes antes que pagar los 7 euros de una entrada de cine y apoyar la causa del guionista, esa persona que no va casi a los rodajes pero cuyo trabajo, solitario, ante el ordenador, es la chispa que prende la mecha de una película.

Todos recordamos esos buenos guiones, películas de ayer y hoy y siempre que habitan en la memoria de los grandes momentos vividos. Mi lista de buenos guiones es larguísima, y no quiero aburrirles. Películas nuevas vendrán para hacernos «olvidar» esos guiones, o al menos para relegarlos a un rincón, dormidos hasta que los llame el recuerdo.

La hambruna que asola el cuerno de África desde hace décadas es un buen guión, con todos sus elementos, aunque ojalá fuera realmente un guión, obra de algún escritor de catástrofes y desgracias. Más bien se trata de una película conocida; nos sabemos de memoria esos niños con la barriga hinchada y moscas en la boca, sus miradas perdidas, esa triste sensación de que todo, aunque estemos en el siglo XXI, sigue igual. Nos sabemos esa película de memoria, y a veces cambiamos de canal y nos olvidamos de lo que realmente importa. Pero importa. Y es una película que me gustaría tener siempre presente en la cartelera, para que jamás nos olvidemos de cuán afortunados somos, para que nunca olvidemos de que, por muy poco que podamos aportar, lo que nos sobra del café de cada día podría salvar vidas en otra parte de nuestro planeta.

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