Noviembre de 2021 REVISTA DE SANTA CECILIA
Más allá de la relación de la música y la literatura, que es conocida por todos, la deformación profesional me lleva a preguntarme si se puede enseñar literatura a través de la música. Vaya por delante que entiendo aquí literatura tal como la concebían los antiguos en la educación primera; esto es, el estudio de las letras, lo que hoy englobaría la gramática y la ortografía, sumándole la comprensión de las propiedades y las tipologías textuales. Como ya les adelanto, la respuesta es afirmativa, así que pueden terminar de leer aquí o bien continuar, aunque lo que viene ahora es una clase práctica de cómo a través de una canción cualquiera se pueden enseñar conceptos lingüísticos. De propina, permitimos que el alumno escuche música con ritmos y letras diferentes. Y no nos vayamos al reguetón. Tras poner en clase «Mediterráneo», de Serrat, una niña me dijo que ella era más de escuchar metal, como su padre.
Al grano. El tema de Joan Manuel Serrat que abre el disco homónimo publicado por el catalán en 1971 no tiene ningún misterio: un 3/4 en la menor y cinco acordes. Pero el ritmo, la forma de encajar la melodía, la instrumentación (aquí influyó el genio de Juan Carlos Calderón), todo es fantástico en esta obra maestra de la canción en español. Dicen que es de los mejores temas jamás escritos en nuestro idioma y yo no voy a negarlo.
¿Qué podemos practicar con «Mediterráneo»? En primer lugar, y tras escucharla y leer la letra un par de veces, aprovechando para buscar en el diccionario las palabras que los alumnos puedan desconocer (brea, parca, genista…) y explicar conceptos como «levante otoñal» o «de Algeciras a Estambul», diríamos que toda la canción es una personificación del mar Mediterráneo, lo que puede dar pie a ver otras figuras: comparación («eres como una mujer», «como el recodo al camino»), paralelismo («soy cantor, soy embustero», «que se añora y que se quiere, que se conoce y se teme»), hipérbole («más alto que el horizonte»), encabalgamiento («…el sabor / amargo del llanto eterno»), enumeración («guardo amor, juegos y penas»), interrogación retórica («¿qué le voy a hacer?»), etcétera.
Realizaremos ahora la escansión de los versos: todos son octosílabos, excepto «yo, que en la piel tengo el sabor», que da nueve (momento para recordar qué era la sinalefa y el hecho de que sumamos una sílaba si la última palabra es aguda).
Podríamos continuar analizando los tiempos verbales. Tenemos de todo, desde formas no personales (infinitivo, gerundio y participio) hasta formas personales y, dentro de estas últimas, ejemplos de todos los modos (indicativo, subjuntivo e imperativo). Ya les avanzo que estuvimos un par de sesiones repasando los tiempos en 2.º de ESO con «Mediterráneo» como pretexto.
Y se pueden hacer tantas otras cosas: analizar los sustantivos y los adjetivos, las modalidades oracionales, algún fragmento para practicar la sintaxis… O conectarlo con la asignatura de Geografía e Historia, para enlazarlo con todas las guerras que han provocado ese llanto eterno vertido al mar por tantísimos pueblos. ¿Quiénes eran esos pueblos? ¿Dónde vivieron? ¿Cómo se movían? Para los osados, les recomendaría adentrarse en el ensayo de David Abulafia El gran mar (Crítica, 2013). Para los más valientes, el vínculo con Valores Éticos y la problemática actual de la inmigración.
Para terminar, y así terminar la expresión escrita, les mandaría a los alumnos una redacción (mínimo 100 palabras en 1.º de ESO, y subiendo una centena cada curso) sobre algún recuerdo de su niñez (sí, se tiene niñez con 12 años) para que hablaran de su tierra, su familia, sus viajes de verano…, todo ello utilizando las mismas figuras que emplea Serrat. Saldrían textos muy diferentes. Más que nada porque el autor (y yo) nacimos junto al Mediterráneo y mis alumnos, en el océano Atlántico.