Hay personas que, sin haber tocado nunca un instrumento ni saber siquiera solfeo, estiman la música por encima de las demás artes. Es posible que, al convertir la música en una profesión, se pierda la pasión al aproximarse a ella. Cuando pierde el carácter de juego y se convierte en algo más, la cotidianeidad lo llena todo y hace que perdamos la magia del primer día. A Manuel Torregrosa Valero no le ocurría eso. A Joaquín Juan Pérez tampoco. Cuando, por circunstancias de mi paso por la Junta Directiva de «La Artística» iba a casa de Manuel, de Manolito el Bessó, siempre sonaba alguna aria en el salón, siempre había pendiente una conversación, postergada para otra ocasión en la que ambos tuviéramos más tiempo, sobre los años dorados de la música lírica. Su despacho, plagado de volúmenes de Derecho, era igualmente el espacio donde las fotografías en blanco y negro o color sepia se agolpaban con los recuerdos. Cada imagen era una historia, una anécdota, una cena en la que la estrella del teatro tuteaba a nuestro paisano y al final todos acababan embelesados con las notas entonadas durante el postre. Su pasión por la música la traspasó a la siguiente generación y su recuerdo como socio de nuestra banda es la nota de agradecimiento que quiso dejar por la cultura local. Suyos son, desde el primer número de esta humilde publicación, artículos en los que la música y las anécdotas se fusionaban en un torrente de palabras en las que siempre hay algo nuevo, un matiz distinto, un aporte diferente sobre el que investigar e indagar. Este año, en el concierto de Santa Cecilia, los sabios oídos de Manuel Torregrosa no escucharán nuestros acordes, pero basten estas líneas para dejar constancia de nuestro recuerdo hacia alguien que amó la música como todos los que estamos sobre el escenario nos gustaría amar.
Joaquín Juan Pérez tuvo otra aproximación a la música. Vecino casi de nuestra sede, seguramente escuchó durante años los acordes pasajeros. O nos vio pasar en procesiones y desfiles, o desde una butaca en los conciertos, cuando el Cine Club Dehon se llenaba de música prácticamente cada mes. Tampoco quiso aprender solfeo o tocar algún instrumento, porque, no todos podemos ser músicos y también nosotros necesitamos quien tararee las piezas que tocamos o siga el ritmo con los pies. Su amor por la música vino en símbolo de patrocinio. De alguna manera quería ayudar, puesto que imaginaría lo que cuesta mantener una banda, arreglar los instrumentos o enseñar a un niño desde cero. Como socio, como mecenas, quiso que la música de la Unión Musical «La Artística» sonara en su querida Glorieta. Era, sin duda, la mejor muestra de amor hacia su mujer. Que suene la música, nos dijo, pero a ver si podéis tocar la selección de Alma de Dios, comedia lírica del maestro Serrano. La favorita de su esposa. Sin problemas, por supuesto. Por aquellos años, yo pasé de tocar la trompeta a tocar el fliscorno, así que debía interpretar el solo de esa pieza (y prácticamente es un solo continuo). En esos conciertos, su esposa venía a agradecernos que tocáramos su pieza favorita. En el próximo concierto de Santa Cecilia volverá a sonar. El canto del mendigo errante que nunca volverá a ver su patria Hungría sonará de nuevo, y la melodía viajará hasta los oídos de Joaquín Juan.
Decía al principio que se puede amar la música sin haber tocado nunca ni un instrumento ni conocer los entresijos del solfeo. Joaquín Juan y Manuel Torregrosa son dos buenos ejemplos de ello, además de ser dos claros ejemplos de cómo un socio puede colaborar y participar de nuestra centenaria sociedad.