Fue un momento trágico: Spotify había decidido que, a partir de ese día, sus usuarios tendríamos solamente diez horas para escuchar nuestra música favorita. Además, si un tema nos gustaba mucho mucho (y les puedo asegurar que Andrés Calamaro me gusta mucho mucho) solo podríamos escucharlo cinco veces. Después se teñiría de gris oscuro y sanseacabó. Un momento trágico, ya les decía.
Ver cómo se acercaba al terrible minuto cero esa cuenta atrás era agónico, casi insoportable, pero también era sintomático de la época en que vivimos, una de esas señales inequívocas de que el mundo, a pesar de que lo observemos desde la cómoda poltrona de nuestros televisores de plasma último diseño, está cambiando, y bastante.
Para quien no esté todavía familiarizado con lo que es Spotify, aclarar que se trata de una plataforma que se instala en nuestro ordenador de forma gratuita y nos permite acceder a millones y millones de canciones. Ha ido actualizándose y mejorándose con el paso de los meses, pero su atractivo era y sigue siendo dejar a un lado programas de descarga directa (como Ares o eMule) y llegar directamente a la información deseada, en el instante. Por ejemplo, teclear «Eros Ramazzotti», y que al segundo apareciera el último disco, ese que no ha salido en España por tratarse de un directo totalmente en italiano.
Últimamente se podían incluso descargar (pagando, claro está) canciones concretas o discos enteros, tal y como sucede en iTunes, pero ni que decir tiene que el principal atractivo era poder escuchar nuestra música favorita (o la de nuestros contactos en Facebook) online. De tanto en tanto, algún anuncio nos presentaba la última película en cartelera, nos adelantaba un nuevo disco o nos ofrecía la oportunidad de hacernos usuarios Premium. Ahora, esa posibilidad se ha convertido en casi una obligación para los que amamos la música. Y es que la publicidad, que en un primer momento aparecía cada cinco, seis u ocho canciones, luego fue ganando presencia, de tal modo que, en ocasiones, podías llegar a escuchar algún tema entre anuncio y anuncio.
En cualquier caso, ¿qué estábamos pensando? ¿Que toda esa música gratis nos vendría dada así, sin más, sin ninguna contraprestación? El gratis total no es sostenible, de ninguna de las maneras. Para que nosotros podamos estar tan tranquilos en nuestras casas escuchando música, ha habido antes todo un proceso de creación y gestación del producto. Y lo mismo ocurre con las películas, las series de televisión o los libros. Todo eso se puede descargar gratis de Internet actualmente, pero creo que poco a poco veremos más plataformas parecidas a Spotify o iTunes, canales legales que ofrecen un producto a cambio de nuestro dinero, espacios virtuales que (en el caso de Spotify, cinco euros mensules la tarifa mínima) nos permiten acceder a toda la información.
Ahora es cuando ustedes dicen que la cultura debería ser totalmente gratuita. Pues no, simplemente no. El precio que pagamos a Spotify, esos cinco euros al mes (o la descarga previo pago de canciones y discos a través de iTunes) va a parar a los autores (una mínima parte, como siempre), a las discográficas y al sistema que mantiene ese tipo de plataformas. Cuantas más personas escuchen a un grupo en concreto, más lo demandarán, más organizadores los llamarán para actuar en festivales o conciertos (que es donde realmente el autor se lleva más porcentaje de beneficio) y más dinero recaudarán los artistas. Si nos bajamos gratis la música no hacemos cultura. Si nos bajamos gratis la música sin permiso de editores o autores estamos exterminando la cultura.
Por supuesto, esa descarga de archivos ha de ser a un precio asequible y competitivo, digamos 1,50 euros por canción, 15 euros por disco o libro, 3 por cada capítulo de serie, 6 por cada película… Con esos precios, y siempre que exista una legislación que impida, persiga y condene cualquier tipo de descarga ilegal, podemos optar a comprar el disco original o descargárnoslo, ir al cine o bajarnos la película, comprar el libro o descargarnos la versión digital, etc.
Ahora bien, si ya hemos pagado por nuestra música, sea en tienda física o virtual, sería obvio poder hacer lo que nos plazca con ella; también, por qué no, guardarla en un CD para escucharla en nuestro coche, en el iPod o en una tablet. Así pues; ¿deberíamos pagar un canon por cada CD que adquirimos con la excusa de si pirateamos? Por supuesto que no. La música ya sería «nuestra» y, además, nunca ha sido lógico ese canon, puesto que todos los CD que grabamos no contienen archivos de otros autores; muchas veces esos archivos, como puedan ser documentos, fotografías o vídeos son nuestros y solo nosotros disponemos de los posibles derechos de autoría.
Eliminado el canon y encontrada la que para mí es una excelente fórmula para adquirir música o libros o películas (un precio asequible por cada archivo), ¿cuál es el obstáculo? ¿Que lo queríamos totalmente gratis? ¿En base a qué? ¿Es que si fuéramos otro tipo de creadores (diseñadores gráficos, arquitectos, programadores informáticos…) nos gustaría que nos «robaran» nuestro copyright? Venga, por favor, ¿pero en qué estabais pensando?