Cómo no escribir una novela, de Howard Mittelmark y Sandra Newman, presenta doscientos errores clásicos y cómo evitarlos. El tono del libro es irónico, con numerosísimos ejemplos de todo lo que no debería hacer un autor. Muchas veces es algo histriónico, tan exagerado que llegamos a pensar que es imposible que alguien pueda llegar a escribir así. Es el caso del texto que acompaña a la sección «Tú ya sabes, mi amor: Cuando un personaje le dice al otro cosas que ambos conocen», dentro del capítulo 10, dedicado a los diálogos:
—El hecho es que nuestro apartamento es perfecto para dos estudiantes, pero creo que tú deberías tener tu propio sitio ahora que estás saliendo con esa novia tuya, Jane, que prácticamente vive aquí, como ya te he dicho un montón de veces.
—Sí, estoy de acuerdo, pero te echaré de menos. Nos lo hemos pasado muy bien juntos, como aquella vez que te disfrazaste de mujer y fingiste que eras mi regalo en mi fiesta de cumpleaños. Me hice el idiota todo el rato solo para ver hasta dónde llegabas. Bueno, ¡los dos sabemos cómo terminó aquello! Acabaste desnudo e hiciste un patético intento de seducirme, como recordarás —dijo Alan sin poder contener la risa.
—Si, y a pesar de eso fue causa de cierto distanciamiento entre nosotros cuando salí del armario el año pasado, porque tú eres más hetero que Rambo, fuimos capaces de dejar eso atrás y forjar un vínculo más profundo, gracias al cual podemos entendernos sin necesidad de hablar.
Todo lo que dicen esos dos personajes es información para el lector, algo que siempre aparece al escribir diálogos, mostrando una conversación que no existiría en la vida real más que, quizá, por sutiles referencias. Es un error muy común —aquí llevado al extremo—, pero que chirría en cuanto asoma.
En el manga Inspectora Akane Tsunemori, basado en el anime Psycho-Pass, tenemos un ejemplo de ello. Al inicio del primer volumen leemos:
Todo eso es información al lector. Los personajes ya lo saben, porque viven ese mismo universo. Aunque se trate de una historia de ciencia ficción. Unas pocas páginas más adelante tenemos otra muestra:
Nos están explicando cómo funcionan las cosas en esta distopía policíaca. Seguimos con el libro de Mittelmark y Newman que citaba al principio:
Los personajes de las novelas impublicables a menudo se pasan páginas y páginas contándose cosas el uno al otro que ambos conocen desde hace años. Nada se da por supuesto. A un personaje se le recuerda por qué acabó teniendo ese sobrenombre, los colegas de la oficina se cuentan cómo empezaron a trabajar juntos, las esposas se recuerdan unas a otras su condición de esposas. A pesar de que en la vida real la gente hace esto, nos cuenta cosas que ya sabemos, lo cual es muy irritante, no van tan lejos como para contar: «Yo llevaba una blusa verde y tú, tu vestido blanco favorito…».
Como es muy obvio que esas frases van dirigidas al lector, dan la misma impresión que un actor de televisión diciendo sus frases mirando a la cámara en vez de dirigirse a sus compañeros de escena.
Una opción para no caer en esto es precisamente lo que ocurre en el manga: a Akane la mandan como nueva inspectora (así lo ha dicho el sistema Sybil, que «nunca se equivoca») a la División de Investigación Criminal de la Oficina de Seguridad Pública para evitar delitos de criminales potenciales. Cualquier parecido con Minority report es mera casualidad, como la película de Steven Spielberg solo se inspiraba ligeramente en el relato «El informe de la minoría», de Philip K. Dick.
Lo podríamos conectar con el recurso narrativo del pez fuera del agua: Como el personaje llega nuevo a un nuevo trabajo, a un nuevo país o a un nuevo universo (ahí tenemos Futurama), alguien debe ponerlo al día para que se sienta cómodo. Y eso, de paso, nos ayuda a nosotros como lectores. Escribir diálogos de ese tipo bajo el paraguas de alguien que es nuevo en alguna parte hace que no caigamos en este error.
Para concluir, veamos cómo lo soluciona Hikaru Miyoshi en otras partes del manga: