Entender el contexto

En 1983, Lewis Hyde publicó El don, un libro reeditado desde entonces año tras año y que ha ejercido un poderoso impacto en creadores de todas las épocas. Hasta ahí lo que dice la faja del libro, que trata de responder a la siguiente cuestión: «Si el arte es esencialmente un don, ¿cómo va a sobrevivir el artista en una sociedad dominada por el mercado?». La pregunta da para un artículo, pero no la trataré aquí.

Tengo frente a mí la edición española, publicada en 2021 por la editorial Sexto Piso. El pasaje que copio a continuación —en una sección dedicada a la diferencia entre valor y valía— me llamó la atención. Luego explicaré por qué:

En un ejemplo clásico tanto de un análisis coste-beneficio como de la confusión entre la valía y el valor, la compañía automovilística Ford tuvo que decidir si le añadía un dispositivo de seguridad muy asequible a su modelo de coche Pinto, también en versión camioneta. El depósito de combustible del Pinto estaba colocado de tal modo que se rompería en caso de una colisión trasera a baja velocidad y derramaría la gasolina con riesgo de incendio. Antes de sacar el coche al mercado, la casa Ford hizo pruebas con tres dispositivos distintos que ayudarían a evitar que se rompiese el depósito. Uno tendría un coste de un dólar, otro rondaría los cinco, y el tercero los once dólares. No obstante, al final, Ford decidió que los beneficios no justificaban el coste, y no se añadió ninguna medida de seguridad al vehículo. Según Mark Dowie, entre 1971 –la fecha en que se introdujo el Pinto– y 1977 –cuando la revista Mother Jones publicó el análisis del caso que hizo Dowie– murieron al menos quinientas personas a causa del fuego en accidentes con un Ford Pinto.

Para aplicar un análisis coste-beneficio a unas circunstancias en las que el núcleo de la ecuación es «el coste de las piezas de seguridad frente al coste de las vidas que se pierden», antes hay que ponerle precio a una vida humana. Ford se ahorró el bochorno de hacerlo por su propia cuenta, porque ya lo había hecho la NHTSA estadounidense, el Departamento Nacional de Seguridad en el Tráfico por Carretera, y Ford se limitó a copiar las cifras. Aquí tenemos el precio desglosado de una víctima de un accidente de tráfico según aparecía en un estudio de la NHTSA, incluida la cantidad exacta que corresponde al «dolor y sufrimiento»:

Un informe interno de la compañía Ford estimaba que, si el Pinto se vendía sin la mejora de seguridad de once dólares, se incendiarían dos mil cien coches al año, ciento ochenta personas sufrirían lesiones pero sobrevivirían, y otras ciento ochenta morirían en los incendios. La Ford redondeó la cifra del Gobierno y situó el precio de una vida humana en doscientos mil dólares. Calcularon el importe en facturas médicas de cada superviviente en sesenta y siete mil dólares, y el coste de un vehículo perdido en setecientos. Teniendo encuentra el mercado –once millones de coches y un millón y medio de camionetas al año–, la compañía realizó el siguiente balance:

Dado que los costes superaban de forma tan clara los beneficios, se tomó la decisión de no gastar dinero en la mejora de seguridad.

Si por un momento aceptamos que la vida humana se puede tomar por una mercancía, la historia del Ford Pinto nos ofrece la imagen de la toma de decisiones en el mercado.

Hasta ahí el fragmento. Me llamó la atención por tres cosas:

La primera: supongo que la historia del Ford Pinto solo será recordada en América y, obviamente, por quienes sufrieron sus consecuencias. Solo se vendió en EE UU de 1971 a 1980 y, durante un periodo muy corto, en Panamá. Ford lo reemplazó entonces por el modelo Escort, que a mí me toca más de cerca, porque es el coche que tenía mi abuelo. El Pinto, a pesar de todo, fue un éxito rotundo: cuatrocientas mil unidades vendidas solo el primer año. De ahí se deduce que hicieran cálculos para no retirarlo del mercado. Tampoco nos pongamos tiquismiquis con el olvido: Volskwagen la lio hace unos años con los datos sobre las emisiones de CO2 y aún se siguen vendiendo coches de esa marca.

La segunda, irremediable: la historia del Pinto me lleva al libro de Chuck Palahniuk, El club de la lucha, cuyo narrador-protagonista trabaja haciendo precisamente lo que se cuenta en el fragmento de El don:

Dondequiera que vaya, allí estaré para aplicar la fórmula. Mantendré el secreto.

Es sólo cuestión de aritmética.

Es un problema con argumento.

Si uno de los coches nuevos fabricados por la compañía sale de Chicago en dirección oeste a cien kilómetros por hora y se bloquea el diferencial trasero y el coche se estrella y arde con todos sus ocupantes atrapados en el interior, ¿retirará la compañía los coches?

Toma el número de vehículos en carretera (A) y multiplícalo por el índice de probabilidad de que tenga una avería (B); luego multiplica el resultado por el coste medio de un acuerdo amistoso (C).

A por B por C igual a X. Esto es lo que costará retirar los coches.

Si X supera el coste de retirarlos, los retiramos y nadie sufre daño alguno.

Si X es inferior al coste de retirarlos, no los retiramos.

En la película de David Fincher (1999) basada en la novela también aparece ese momento:

La tercera: el chiste. En la película Top secret! (Jim Abrahams, David Zucker y Jerry Zucker, 1984), hay una escena que solo entendemos cuando conocemos el caso en profundidad.

Dudo de que se comprendiera en una España de los ochenta sin redes sociales. Y tampoco sé si el caso trascendió a la prensa nacional de la época. La broma funciona bien, porque la hemos visto luego mil veces replicada en Los Simpson, por ejemplo (una pluma que cae sobre un camión de gasolina y este explota), pero conociendo el contexto adquiere un cariz dramático, sobre todo si pensamos en las muertes que hay detrás.

Por desgracia, excepto para sus familiares, hoy no son más que un número, como también lo fueron para los ejecutivos que sacaron a la venta el Ford Pinto.

Curioso cómo una cosa te lleva a la otra, en uno de esos ejercicios de intertextualidad que hacemos cada vez que leemos cualquier texto.

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