«El aristócrata solterón»

Una extraña desaparición

Publicada en la edición de mayo de 1892 de The Strand Magazine, formó parte de Las aventuras de Sherlock Holmes, volumen que recogía los doce relatos del año anterior. En «El aristócrata solterón», que podría haber sido una pieza teatral (luego hablaremos de ello) se dan unos elementos característicos, marca holmesiana de la casa .

En primer lugar, una frase inicial que atrapa y llama la atención:

Hace ya mucho tiempo que el matrimonio de lord St. Simon y la curiosa forma en que terminó dejaron de ser temas de interés en los selectos círculos en los que se mueve el infortunado novio.

Tenemos un curioso caso, tenemos un lord, tenemos un matrimonio truncado… Además, ha pasado el tiempo («cuatro años», dirá a continuación Watson), y, puesto que Sherlock Holmes «desempeñó un importante papel en el esclarecimiento del asunto», toca hablar del caso.

Es este un primer párrafo que lo tiene todo. Y lo más importante, que invita a seguir leyendo. Así nos enteramos que todo sucede semanas antes de que el propio Watson se case y, por tanto, abandone las habitaciones de Baker Street.

En segundo lugar, aparece otro de los elementos narrativos que son habituales en las historias de Sherlock Holmes: la llamada a la aventura (en terminología de Joseph Campbell) a través de cartas o mensajes.

En la historia que nos ocupa es el propio aristócrata, de nombre impronunciable, Robert Walsingham de Vere St. Simon, quien escribe a Holmes, tras serle recomendado por lord Backwater y con la venia de Lestrade, de Scotland Yard (en su segunda aparición tras Estudio en escarlata) para anunciarle que irá a verlo en una hora.

Durante ese tiempo, Watson pone al día a Holmes de lo que sucedió con lord St. Simon a partir de la prensa y de libros de consulta sobre la aristocracia, en la que aparece la descripción del escudo de armas (en la imagen de la izquierda). Porque el lord, cuyo padre fue ministro de Asuntos Exteriores y duque de Balmoral, está emparentado con los Plantagenet por vía paterna y con los Tudor por vía materna.

En estas primeras páginas de «El aristócrata solterón», los antecedentes nos son transmitidos a través de recortes de periódicos: habrá una futura boda entre el lord y una tal Hatty Doran, hija única de Aloysius Doran, millonario de California. El lord ha perdido gran parte de su riqueza («se ha visto obligado a vender su colección de pintura») y prácticamente solo conserva una pequeña finca en Birchmoor. La boda será un evento privado, celebrado en la iglesia de San Jorge, cerca de Hannover Square, con media docena de invitados (el padre de la novia, la madre del novio, lord Blackwater, lady Alicia Whitting-Doran y dos hermanos del novio: lord Eustace y lady Clara) y un convite en una casa de Lancaster Gate, alquilada por el padre de la novia. La luna de miel la pasarán en casa de lord Blackwater, cerca de Petersfield.

Hasta aquí las noticias del corazón, que enseguida se convierten en tragedia. Porque el caso es que la señorita Hatty Doran desapareció durante el almuerzo de la boda, a lo que Sherlock responde con socarronería:

Muchas novias desaparecen antes de la ceremonia, y alguna que otra durante la luna de miel; pero no recuerdo nada tan súbito como esto.

El misterio crece cuando John Watson lee lo que pasó tras la boda: durante el convite, una mujer, identificada poco después como Flora Millar, «bailarina del Allegro», se cuela en la finca con la intención de hacerle «ciertas reclamaciones» al novio.

Hasta aquí el planteamiento del enigma, que será ampliado por lord St. Simon, nuestro aristócrata solterón, cuando llegue a Baker Street. Nos enteramos entonces de que la riqueza le llegó a Aloysius Doran cuando su hija tenía veinte años («su educación debe más a la naturaleza que a los maestros de escuela»), que tiene un carácter fuerte y que hubo un incidente trivial durante la ceremonia.

Cuando íbamos hacia la sacristía se le cayó el ramo. Pasaba en aquel momento por la primera fila de reclinatorios, y se le cayó en uno de ellos. Hubo un instante de demora, pero el caballero del reclinatorio se lo devolvió y no parecía que se hubiera estropeado con la caída.

Ese hombre, «una persona bastante vulgar» en palabras del lord, no estaba invitada en la boda y era un simple asistente a la iglesia. Tras la boda, Hatty habla unos minutos con Alice, su doncella, y el marido caza alguna palabra al vuelo: «pisarle a otro la licencia». Después de eso, va a su habitación, se pone un abrigo largo para cubrirse el vestido de novia, se cala un sombrero y se va. «Más tarde la vieron entrando en Hyde Park en compañía de Flora Millar», aquella mujer que había provocado el incidente. El lord confiesa que la bailarina sentía devoción por él («ya sabe usted cómo son las mujeres») y que temía que se presentara en la iglesia y montara un escándalo. Pero finalmente se presentó en la casa…

Con estos datos (un arrebato de locura, un ataque de celos, un suceso trivial en la iglesia…) y uno más que será clave para Holmes (el hecho de que estén sentados a la mesa mirando hacia la calle y el parque), el detective resuelve el caso. Y sin salir de casa. En este relato, como también sucederá en otros, todo el misterio ocurre entre las cuatro paredes del 221B de Baker Street. El resto de los escenarios se nombran y describen a partir de los comentarios de los personajes. Hay, pues, una única localización real, como si estuviéramos asistiendo a una obra de teatro.

Sin embargo, quedan todavía algunas páginas. Esa es la maestría de Conan Doyle y la función de toda buena literatura: hacer que el lector siga recorriendo párrafos.

Cuando Sherlock le va a explicar la resolución del caso, parecido a otros anteriores, irrumpe el inspector Lestrade, que ha encontrado en el lago Serpentine de Hyde Park «un vestido de novia de seda tornasolada, un par de zapatos de raso blanco, una guirnalda y un velo de novia» y un anillo, pero no ha hallado el cuerpo de la recién casada huida.

El policía propone una teoría: que Flora Millar atrajo con engaños a Hatty (hay una nota en el bolsillo del vestido, firmada con las iniciales F.H.M.). Pero Sherlock se fija en la parte posterior de la hoja, donde se lee:

4 de octubre, habitación 8 chelines, desayuno 2 chelines y 6 peniques, cóctel 1 chelín, comida 2 chelines y 6 peniques, vaso de jerez 8 peniques.

Cuando esa misma noche se resuelve el misterio, Holmes pide cena para cinco y cita al abogado Francis Hay Moulton y su señora, que no es otra que la supuesta lady St. Simon. Escuchamos su historia en las últimas páginas de «El aristócrata solterón»: se casó con Frank en EE. UU. y prometió que regresaría a por ella en cuanto fuera rico. Tiempo después, lee en las noticias que el hombre ha muerto, momento en que aparece en escena lord St. Simon. En la iglesia volvió a encontrarse con Frank, en ese primer reclinatorio. La treta del ramo caído le sirve para que el primer marido garabateara una nota. Lo siguiente es conocido: Hatty huye de la casa, se reencuentra con Frank, vuelve a casarse con él (!), ahora en Inglaterra.

¿Y cómo logró Sherlock dar con el matrimonio? Gracias a esa cuenta de gastos. Holmes visita los más selectos hoteles de Londres y a la segunda da con la pareja, hospedados en Northumberland Avenue, donde los ve en el libro de registros y donde había dejado anotado que mandaran correspondencia al número 226 de Gordon Avenue.

La cena que disfrutan Watson, Sherlock y el matrimonio (finalmente, lord St. Simon se marcha enfadado y humillado) sirve para que nuestro detective haga las paces con Norteamérica:

Soy de los que opinan que la estupidez de un monarca y las torpezas de un ministro en tiempos lejanos no impedirán que nuestros hijos sean algún día ciudadanos de una única nación que abarcara todo el mundo bajo una bandera que combinará los colores de la Union Jack con las Barras y Estrellas.

Por ahora, ese sueño no se ha cumplido.

Nos queda el disfrute de los textos de Conan Doyle. El caso de «El aristócrata solterón» (que termina la historia igual de solterón y pobretón) nos habla de mujeres que no son quienes parecen ser y de otras, como en toda historia policíaca, que están ahí para despistar. Otro ejemplo de deducción perfecta de Sherlock Holmes. Y, repito, casi sin salir de casa.

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