Cuando uno se acerca a La última alferza, eúltimo libro y primera novela de Luis María Vieito y lee la sinopsis puede pensar que se encuentra ante otro síntoma de la resaca producida por el éxito de la serie de Gambito de dama. Leamos:
Valencia, 1492. La alferza, una de las piezas del ajedrez, es eliminada del juego y sustituida por la dama en honor a la reina Isabel la Católica. Ella ordena quemar todas las alferzas que se encuentren en los reinos cristianos menos una, en la que hace grabar su escudo real en la base, así como que, a partir de ese momento, esté en posesión del mejor jugador del mundo, que deberá entregarla a quien le derrote.
En pleno auge del nazismo, el III Reich anda detrás de esa última alferza. Obligan a Akiba Rubinstein, uno de los mejores jugadores del mundo, judío y prisionero en el gueto de Lodz, a entrenar a un joven jugador alemán de origen estonio para que derrote al campeón del mundo, Alekhine, y conseguir así la preciada figura. Si triunfa, Akiba y su familia serán liberados. Si cae derrotado, los espera Auschwitz.
A principios de 1944, Rubinstein aparece moribundo en las calles de una ciudad española, Novelda. Lo encuentra un sereno que lo lleva a la enfermería de la prisión donde salvarán su vida. En ella, trabará amistad con el alcaide, Manuel Mansilla, a quien contará, y también a nosotros, toda la historia que le llevó hasta allí.
La contraportada también nos trae ecos de El tablero de la reina, novela histórica de Luis Zueco (ediciones B, 2023), ambientada en esos reinos castellanos de finales del siglo XV y con la intriga en el cambio de la alferza por la dama.
Sin embargo, en el libro de Vieito, el asunto histórico de la creación del ajedrez moderno, con la aparición de la reina/dama como figura fuerte del juego apenas ocupa unas líneas. Lo importante es lo que envuelve esa pieza que ansían los nazis. Y ahí está la clave y el éxito de la propuesta de La última alferza: presentar una trama de personajes a partir de una premisa que podríamos entender como de thriller. Quizá eso pueda sacar de la lectura a algunos de los lectores. No a quienes conocemos a Luis, desde luego.
Decía al principio que esta es su primera novela (el autor ha contado en alguna entrevista que ha escrito y borrado varias), pero no su primer libro. En una fecha tan temprana como 1997, Vieito publicó un poemario, Heptágono celeste (en casa de mis padres lo tengo dedicado), y aunque tal vez no haya publicado, que yo sepa, más versos, está claro al leer esta novela que la poesía le sigue corriendo por las venas. Hay mucho de poético en La última alferza: en las descripciones, en algunos diálogos, en las cartas de Magdalena…
Otro acierto de la novela es la estructura, eso que a veces nos puede traer de cabeza varios meses a quienes nos dedicamos a escribir. La novela empieza en 1944, en la cárcel de Novelda, Alicante (un lugar que el autor conoció casi de primera mano), y viaja en capítulos alternos al gueto polaco de Lodz, dos años antes, donde el relato de Akiba Rubinstein se nos presenta con un realismo y una crudeza que corroe el alma, y eso pese a que podamos pensar que estamos curados de espanto en cuanto a la saña ejercida por los nazis contra el pueblo judío, los gitanos, los enfermos… después de tantas películas y documentales. Hay algunas escenas que encogen el estómago y ese trabajo descriptivo y narrativo de Vieito es muy de valorar.
También vemos en la novela el amor por los libros de su autor, quien fue el librero de mi adolescencia y juventud en mi Novelda natal, una ciudad que se respira a la perfección en el libro, con algunos guiños a lugares, marcas y personajes emblemáticos. El personaje de Ayuso es uno de esos secundarios a los que tomamos cariño enseguida. Akiba lo acoge y le va dando pequeños sorbitos de la mejor literatura universal: Larra, Conan Doyle, Verne, Cervantes…
Poco malo se puede decir de La última alferza y nos iríamos al terreno de la opinión personal. Por ejemplo, en la nota final nos advierte Luis María Vieito de la invención de la trama a pesar de tomar prestados los nombres de algunos protagonistas. Me chirría un poco. Ahí creo que la novela Gambito de dama, de Walter Trevis (que revivió su éxito por la serie tras ser editada en 1983), lo hizo mejor: inventando nombres y personajes a partir de elementos de la vida real. Nada gana la novela con el uso del nombre y el apellido del personaje real de Akiba Rubinstein cuando solo Akiba o solo Rubinstein hubiera servido igualmente como homenaje y ayudado a crear distancia sin desmerecer la verosimilitud, que en ningún momento se ve comprometida.
Asimismo, echo en falta más ajedrez, aunque eso es culpa de mis dobles expectativas: por un lado, por la sinopsis, que parece prometernos un combate entre Alekhine y Rubinstein por el que luego apenas pasamos de puntillas. Y, por otro, por la propia figura de Vieito, ajedrecista con una puntuación ELO de más de 1800 puntos. Sin caer en el análisis de partidas o la sucesión de jugadas sin más, creo que tan solo vivimos un par de momentos con jugadas.
Para terminar, tenemos en La última alferza una muy buena «primera» novela, teniendo en cuenta que Vieito ha escrito mucho ya y solo estaba a la espera de una buena historia que poner por escrito; una trama muy bien construida que va in crescendo hasta un final que, no por esperado y deseado, deja de emocionar.
Totalmente recomendada.