El día en que fui viral

Fue algo anecdótico, una simple conversación, pero las redes sociales lo magnifican todo. El 16 de diciembre, al día siguiente de la sesión de evaluación de mi tutoría, me senté a las ocho de la mañana frente al teléfono y marqué el número de la casa de ese chaval que, tras un trimestre de esfuerzo y dedicación, había aprobado todas. Y pasó esto:

En pocas horas el tuit se viralizó. Creo que nunca me había pasado algo así. He escrito miles de mensajes en esa red social y algunos han recibido muchos «me gusta» (cantidad de ellos, cientos, miles de «me gusta»), pero jamás había trascendido tanto. Y sin perseguir nada, desde luego. Recuerdo que salí de la reunión, aún estupefacto por la respuesta del padre, me crucé con una compañera del departamento y le comenté la anécdota. «Suele pasar», me dijo. «Ya», respondí, «pero nunca me había pasado en vivo y en directo».

Hoy, último día del año, el tuit lleva más de 450 mil impresiones (que son las veces que se ha visto en Twitter), más de cinco mil «me gusta», seiscientos y pico retuits, casi trescientas respuestas… Y más de cien menciones de todos los tipos, desde gente que había escuchado lo mismo que yo en otras ocasiones por parte de padres despreocupados hasta gente que me acusaba de «maestrillo con superioridad moral» y de trabajar «18 horas semanales», pasando por otros que se inventaban una película: ¿y si el padre estaba en el baño?, ¿y si, tras dividir las tareas domésticas, la madre es la que se ocupa del niño? Como si fuera igual que poner la lavadora o planchar.

Y, por otro lado, varios medios de comunicación y webs de noticias se hicieron eco de la anécdota: la Cadena SER, El Huffington Post, el ABC, la Cadena COPE, el 20minutos, El Periódico de Extremadura, Cabroworld, Trome y BioBioChile. Está claro que vivimos tiempos difíciles para el periodismo, que tiene que buscar noticias en simples comentarios en redes sociales.

Vayamos ahora al meollo de la cuestión. Hubo quien me acusaba de «flipar» ante un hecho que es totalmente común y hubo otros, hombres, que salieron al paso diciendo que ellos hubieran atendido la llamada porque ellos se encargan de sus hijos. De todo hay, claro, pero es evidente que son madres la inmensa mayoría (cuando no la totalidad) de personas que acuden a las presentaciones de curso o a las visitas de familia. Aun cuando ambos progenitores trabajan, son ellas las que piden unas horas libres. Y la responsabilidad no hay que buscarla en los padres solamente. Cuando un profesor o alguien de secretaría de un colegio o un instituto llama a una familia, ¿a quién llama en primer lugar? A la madre. Y eso a pesar de que, en muchas ocasiones, el sistema ordena el móvil de la madre tras el fijo y el número del padre.

Sin embargo, mucha gente, muchísima, llama directamente a la madre para evitar llamar dos veces. Es muy común escuchar respuestas como «eso lo lleva la madre» o «llámala a ella y se lo explicas». Y creo que es labor nuestra como profesores cambiar la tónica, responder por ejemplo lo que me escribió el profesor Octavio Prieto:

Y llegará el momento en que cambie. Porque la sociedad, aunque a pasos muy pequeños, va avanzando.

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