La infantilización de la educación

Me lo envió por WhatsApp un amigo y compañero profesor. Es la magia de las redes sociales y las infinitas posibilidades de internet: desde Alicante a Gran Canaria una imagen tomada en Jaén. ¡Y quién sabe dónde empezaría el hilo!, porque a lo largo del día —esto pasó hace ya algunas jornadas— lo vi retuiteado y viralizado en Twitter.

Como escribí en la red social del pajarito, «Si yo he visto esta foto, vosotros también. ¡Un “photocall” en unas oposiciones!».

Tuvo alrededor de diez mil quinientas impresiones. Se trata de un nuevo ejemplo —y ya van…— de la degradación de nuestra educación, que ha conseguido infantilizar y casi lobotomizar a un tribunal de oposiciones para nada más y nada menos que el puesto de maestro en la enseñanza pública, olvidando que en una clase no puede haber más niños que los alumnos. Hay que ser más serios. Siempre.

Me dirán algunos que es solo un tribunal, el infame 41 de Educación Física de Úbeda, que no es representativo de la totalidad, que es un grano de arena en el desierto. Pero no es así. Quienes lleven ya algunos años en este mundo comprobarán que la filosofía naif de Mr. Wonderful, la charlatanería huera del mindfulness y la omnipresencia de lo que llaman educación emocional ha impregnado las aulas, las salas de profesores, los cursos de formación… con ese tufillo positivista que, en el fondo, es muy peligroso, porque culpabiliza a la persona (en este caso, al opositor) del más que probable fracaso. Porque todos hemos pasado por un tribunal de oposiciones, al menos del lado de quien se examina, y los mensajes tipo «El camino al éxito es la actitud», «Eres genial»… podrían a llegar a ser contraproducentes (cuando no, un insulto) en un proceso selectivo que deja fuera, como pasó en mi tribunal cuando aprobé, a más del 80 % de los que se presentan. ¿Es que todos esos compañeros profesores aspirantes a una plaza que se quedaron a las puertas no tenían «actitud» para llegar al éxito?

Lo de los globitos, los caramelos y el cartón pluma para el photocall ya es de traca. O de juzgado de guardia. Me gusta pensar que una de las decenas de personas que fue calificada con un 0 lo partió en dos cuando fue a reclamar su nota y la única respuesta fue un levantamiento de hombros hasta las orejas. «En este tribunal me saqué la plaza», se lee en el cartelito. Podemos imaginar variantes:

En este tribunal hubo escabechina.

En este tribunal se me ignoró en la reclamación.

En este tribunal no estaban claros los criterios de evaluación.

O la que yo hubiera puesto si me hubiera encontrado esa mesa en el vestíbulo del instituto donde hice el examen:

En este tribunal quieren tratarme como si fuera una ameba.

Que a lo mejor nos merecemos esto, oye. Pero yo creo que lo mínimo que se puede esperar de un tribunal de oposiciones es buena praxis y objetividad. Ni empatía ni leches. Y, sobre todo, no mandar esperanzas e ilusiones con un cañón de energía arcoíris cuando ellos mismos —porque ya pasaron por ahí antes— saben que el éxito en unas oposiciones no depende ni de actitud ni de ganas, a no ser que se refiera a actitud frente al estudio y la constancia.

Mucho me temo que si estas ideas se extienden no se podrá dejar al azar la elección de los tribunales. Necesitaremos, además, un perfil psicológico de la persona, porque mensajes y mesas de chuches así pueden hacer mella en la salud de opositores que llevan sobre la espalda horas y horas de compaginar trabajo y estudio. ¿Que tendrían buena intención? Ni lo dudo ni lo niego. Pero este debería ser un proceso serio. ¿Se imaginan esto mismo en unas oposiciones a notario? ¿O a bombero? ¿En la puerta del examen del MIR? ¿Y por qué sí nos parece chachi cuando se habla de educación?

Por último, me gusta pensar que no todo el tribunal 41 de Educación Física participó en la confección de la mesa de las chuches y los mensajes guais. Cuando hicieron la suma de lo que habían costado los caramelos, las pizarritas, los globos y la impresión en un cartón pluma; cuando echaron cuentas para dividir, quiero pensar que alguien —un vocal, uno de esos que iba como suplente y al final tuvo que quedarse— levantó el brazo y dijo que no participaría en esa chorrada insultante para el opositor. Pienso en esa persona, todo un faro de esperanza en medio de esta infantilización de la educación, y me digo: «Ole tú».

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