Matar al mensajero

«Matar al mensajero» es una expresión que viene en nuestro ADN desde el amanecer de los tiempos. Desde que Sófocles la introdujo en su Antígona (Creonte quiso asesinar al Guardián que le dijo que el cadáver de Polinices había sido enterrado, a pesar de la amenaza de muerte que caía sobre quien osara hacerlo, y el Guardián le contesta que «no hay quien quiera a un mensajero que trae malas noticias), la susodicha frase ha aparecido en diversas obras de distintos autores (Plutarco, Shakespeare, Freud…) y ha pasado al imaginario colectivo en esas situaciones en las que, ante una mala noticia o la publicación de un hecho presuntamente delictivo, la persona implicada ataca al denunciante. Le pasó a Julian Assange, le pasó a Edward Snowden y le está pasando a la prensa norteamericana cada vez que a Donald Trump se le ocurre abrir la boca o publicar un tuit.

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Ahora, en mis clases de Lengua y Literatura, al analizar y comentar los textos de opinión que aparecen en los periódicos, recurro bastante a esa analogía de «matar al mensajero» cuando les explico a los chavales la falacia ad hominem; esto es, ese argumento sin peso alguno que viene a decir que, puesto que Fulanito no me cae bien, todo lo que diga Fulanito es mentira, aunque en sus palabras haya un poso de verdad. En ocasiones, para no recurrir al manido mensajero, les digo también aquello de «cuando un dedo apunta al cielo, el tonto mira el dedo».

En un mundo de actos comunicativos constantes (hablando de Twitter, cada mensaje lanzado al vacío de la red inmensa, lo es), encontrar una comunicación sincera y veraz vendría a ser como hallar la aguja en el pajar. Sin embargo, entre todas las voces surge una (ya Machado decía oír, también entre todas las voces, una sola): la que señala lo incorrecto, lo pueril, lo ilegal, a veces. Llamémosla la voz de la Verdad, si quieren. La labor de la prensa libre es o debería ser, precisamente, esa. Por eso, lanzar dardos contra los periodistas que únicamente hacen buen periodismo es matar al mensajero. Y, por eso, Donald Trump se equivoca por completo cuando lanza sus críticas hacia los periodistas.

Porque las críticas (en ocasiones llegando incluso al insulto) del nuevo presidente de EE.UU. hacia la prensa que cuestiona sus comentarios xenófobos y machistas son otra piedra en el muro que Trump se está construyendo para aislarse del mundo. Respetar la libertad de prensa, de opinión y de expresión tendría que ser algo ya superado a estas alturas en sociedades que creemos, y nos creemos, modernas. Porque lo único que nos garantiza vivir en democracia es tener unos medios de comunicación totalmente libres e independientes a los que no les tiemble el pulso si tienen que publicar una línea que vaya en contra de los poderosos, ya que, por encima de cuotas, números y publicidad en forma de silencio cómplice, debería prevalecer siempre la Verdad: lo único que no prende al ponerlo en contacto en la hoguera de las vanidades.

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