Estoy leyendo los cuentos completos de Ernest Hemingway. Conocía algunos, por supuesto (me vienen ahora a la cabeza «Los asesinos» o «Colinas como elefantes blancos», que suponen manuales de escritura por sí mismos). La edición que manejo es la que el escritor seleccionó en 1938: cuarenta y nueve relatos que son una clase magistral de narración, diálogo y estructura.
Anoche leí «Las nieves del Kilimanjaro», publicado por vez primera en la revista Esquire, en 1936. En el relato, Harry es un escritor en sus últimos momentos de vida, con la pierna gangrenada en mitad de África, acompañado de Helen, su nueva esposa. La narración pasa de la tercera persona objetiva (tan característica de Hemingway) a un monólogo interior en el que se cruzan fragmentos en segunda persona. Subrayé este pasaje en concreto:
La reflexión de Harry (Gregory Peck en la película de 1952 dirigida por Henry King) es la del escritor en sus últimos momentos, ante las puertas de la muerte, justo cuando siente que no ha escrito todo lo que debería porque no tenía el conocimiento suficiente. El alivio viene cuando, puesto que sabe que va a morirse, ni siquiera va a fracasar en el intento.
Es el «síndrome del impostor» en estado puro. Una reflexión que todos los que escribimos nos hacemos, por lo menos, cincuenta veces al día.
Sé el primero en comentar