Ed McBain (o Evan Hunter, su nombre legal desde 1952; o Salvatore Lombino, el nombre que le pusieron al nacer, en 1926) fue un escritor norteamericano de novela negra. Ya he hablado de él aquí en otra ocasión. En la prolífica serie sobre el Distrito 87, iniciada en 1956, llegamos a 1987, cuando se publica Veneno (además de otras dos novelas, que para eso acabo de decir lo de «prolífica»).
En Veneno tenemos de todo: una serie de crímenes misteriosos cometidos —para sorpresa de nadie— con veneno, concretamente, nicotina (que en estado puro y en no demasiados gramos es fulminantemente mortal); tenemos, como en toda la serie, unos policías que son personas, vivas, que se mueven y hablan con gran verosimilitud; y tenemos a una femme fatale impresionante. Marilyn Hollis está en el centro del huracán, pues todos los crímenes tienen relación con ella, hasta el punto de que ella misma se convierte en sospechosa de los asesinatos de todos esos hombres que han sido o son sus amigos. La propia historia de la señorita Hollis, una rubia de veinticuatro años, merecería una novela aparte.
Pero la entrada de hoy no va sobre la novela, sino sobre cómo se puede armar una trama con solvencia y credibilidad. Algo que es posible escribiendo muy bien (y Ed McBain era un maestro del oficio) y regalándonos pasajes como el que copio a continuación.
En un momento de la trama, y sin venir a cuento, el autor nos cuela un interrogatorio. No tiene ninguna relación con la trama principal ni con los detectives protagonistas (Willis y, en menor medida, el habitual Carella). ¿Por qué hizo eso el autor? ¿Por qué salirse de la trama y presentar lo que podría ser un relato breve? Creo que por la verosimilitud. Porque los policías del Distrito 87 se dedican al caso que da sentido al libro, pero también (como es lógico) aparecen otros asuntos, pues la vida sigue. Y esta es una pieza magistral de que una comisaría es un ente vivo. Disfrutad este pasaje:
El hombre esposado que estaba sentado entre Meyer y Hawes en la sala de interrogatorios tendría unos cincuenta años. Era un caballero de aspecto digno que llevaba puesta una chaqueta deportiva marrón, pantalones color café, camisa tono crema, calcetines marrones y zapatos también marrones. En las sienes tenía canas. También el bigote mostraba signos de encanecimiento. La pistola que había sobre la mesa era una Smith & Wesson del calibre 38.
—Le he leído sus derechos —dijo Meyer—, y le he informado de que puede estar presente un abogado si lo desea y también que puede negarse a responder cualquier pregunta, en cualquier momento del interrogatorio.
—No necesito ningún abogado —afirmó el hombre—. Responderé a cualquier pregunta que me formulen.
—También sabe que hay un casete sobre la mesa y que cualquier cosa que diga será grabada para…
—Sí, le he entendido.
—¿Quiere responder a las preguntas que el detective Hawes o yo le hagamos?
—Ya le he dicho que sí.
—¿Sabe que tiene derecho a que esté presente un abogado si…?
—Lo sé. No quiero abogado.
Meyer miró a Hawes. Hawes asintió.
—¿Puede decirme su nombre completo, por favor?
—Peter Jannings.
—¿Le importaría deletrear el apellido?
—Jannings. J-A-N-N-I-N-G-S.
—Peter Jannings, ¿correcto? ¿No tiene segundo nombre?
—No.
—¿Y su dirección, señor Jannings?
—South Knowlton Drive 5318.
—¿Número de apartamento?
—3-C
—¿Qué edad tiene, señor Jannings?
—Cincuenta y nueve años.
—Parece más joven —le dijo Meyer sonriendo.
Jannings asintió. Meyer supuso que ya se lo habrían dicho muchas veces.
—¿Es ésta su pistola? —preguntó Meyer—. Estoy señalando una Smith & Wesson calibre 38, modelo 32, comúnmente conocida como Terrier de Doble Acción.
—Es mi pistola.
—¿Tiene permiso?
—Sí.
—¿De Transporte o de Tenencia?
—Transporte. Me dedico al negocio de diamantes.
—¿Estaba en posesión de esta pistola… me refiero otra vez a la Smith & Wesson, Modelo 32… estaba en posesión de esta pistola cuando los agentes le arrestaron?
—Sí.
—¿Fue a las tres cuarenta y cinco de esta tarde?
—No miré el reloj.
—La hora que indican los agentes en el informe sobre el arresto…
—Si ellos dicen que fue a las tres cuarenta y cinco, seguro que lo fue.
—¿Y fue arrestado en un cine llamado Twin Plaza, señor?
—Sí.
—¿En Knightsbridge Road 3748?
—No sé la dirección.
—Un local donde hay dos cines, señor. El Twin Plaza Uno y el Twin Plaza Dos. ¿He identificado correctamente el cine donde fue usted arrestado?
—Sí.
—Usted estaba en el Twin Plaza Uno, ¿correcto?
—Sí.
—¿Tenía en la mano esta Smith & Wesson, Modelo 32 en el momento del arresto?
—Sí.
—¿Había disparado recientemente la pistola?
—Sí.
—¿Cuántas veces disparó la pistola?
—Cuatro.
—¿Contra quién disparó la pistola?
—Contra una mujer.
—¿Sabe su nombre?
—No.
—¿Es usted consciente, señor Jannings, de que la mujer que estaba sentada en el asiento inmediatamente posterior al ocupado por usted… al ocupado por usted cuando los agentes arrestaron… recibió cuatro disparos en el pecho y en la cabeza…?
—Sí, soy consciente de ello. Yo fui quien disparó.
—Disparó contra la mujer que estaba sentada tras usted, ¿correcto?
—Sí.
—¿Sabe que la mujer murió mientras la llevaban al hospital?
—No lo sabía, pero me alegro —dijo Jannings.
Meyer volvió a mirar a Hawes. Sobre la mesa, la cinta del casete seguía girando implacable.
—Señor Jannings —dijo Hawes—, ¿podría decirnos por qué disparó contra ella?
—Estaba hablando —contesto Jannings.
—¿Perdón?
—Durante toda la película.
—¿Hablando?
—Hablando.
—¿Perdón?
—Que se pasó toda la película hablando detrás de mí; identificando a los personajes. «¡Oh, mira, ahí está el marido! ¡Oh, mira, ahí viene el amigo! ¡Oh, oh, hay un león! ¡Oh, oh, hay dos!». Explicando el escenario. «Ésa es la granja de ella. Ahora están en la selva. Esa es la consulta del médico. Ése es el médico». Adivinando el argumento. «Seguro que ahora se va a la cama con él. Seguro que el marido se entera». En un momento dado, cuando el médico le dice, Tiene sífilis, la mujer de detrás pregunta, «¿Qué tiene?». Yo me volví y le dije: «Tiene sífilis, señora». Ella me dijo: «Métase en sus asuntos, estoy hablando con mi marido». Yo volví para ver la película, para intentar verla. Entonces la mujer dijo: «Sea lo que sea, se lo ha pegado el marido». Me estuve controlando toda la película a pesar de la incesante charla que oía detrás de mí, pero hacia el final de la película ya no lo pude soportar más. Hay un monólogo largo junto a la tumba, Meryl Streep lee ese precioso poema y entonces sale hacia el límite del cementerio y mira a lo lejos. Sabemos lo que siente en ese momento, pero la mujer de detrás dijo, «Esa chica que está con el marido es la rica con la que se casó». Yo me volví y dije, «Señora, si quiere hablar, ¿por qué no se queda en casa a ver televisión?». Ella respondió: «Creí haberle dicho que se metiera en sus asuntos». «Esto es asunto mío, he pagado por este asiento», contesté yo. «Entonces, siéntese y calle», dijo ella. Fue entonces cuando disparé.
Hawes miró a Meyer.
—Lo único que siento es que esperé demasiado —añadió Jannings—. Debería haber disparado antes; al menos habría disfrutado la película.
Meyer se preguntó si el acusado pensaba alegar homicidio justificado.
¡Menuda escena para enmarcar!
Por cierto, que la película que estaba viendo el personaje de Jannings es Memorias de África, con Meryl Streep en el papel de Karen Blixen, estrenada en 1985. Aquí está el fragmento en el que lee el poema «A un joven atleta muerto», de Alfred E. Housman. (Pego el enlace porque el Sr. WordPress ha decidido que no se pueden incrustar vídeos de YouTube, no sé por qué 🤬).
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