La noticia saltaba hace pocos días, pero, a poco que uno hurgaba en el interior, se percataba de que tenía algunos años. Suele ocurrir: las redes sociales rebotan contenidos ya pasados que se nos asemejan nuevos y los viejos comentarios se confunden con los actuales. Pero esa noticia es atemporal. Al parecer, médicos ingleses van a recetarles libros a enfermos de depresión y ansiedad. Sobre todo, poesía y novela, pero también volúmenes propios del género de autoayuda. Y, claro, como los médicos saben de lo que saben, han recurrido a asociaciones de bibliotecarios y de lectores para que sean ellos quienes elaboren la lista de lecturas recomendadas.
Todo es muy relativo, claro. Seguramente, cualquiera de ustedes podrá hacer una lista de lecturas para ayudar a otros a ser más felices. Serán los libros que a ustedes les hicieron felices, aquellos que, pasados unos años, todavía guardamos en la memoria (un párrafo, el diálogo de unos personajes inolvidables, la descripción de un lugar, conocido o no…); aquellos libros a los que volvemos de tanto en tanto, para recuperar sensaciones o cambiar opiniones en las discusiones que tenemos con nosotros mismos. Un escritor solía releer cada diez años el Quijote, haciendo anotaciones al margen en distinto color, para así apreciar, en la siguiente lectura, qué aspectos habían hecho detenerse a su yo pasado que, quizá, ahora pasaban por alto. Yo releo los libros de Tom Spanbauer (o los de Chuck Palahniuk, o los relatos de Amy Hempel) para no bajar la guardia nunca. Si alguien puede escribir así de bien, quizá no esté todo perdido. Aunque a veces uno se siente como aquel que pretende pintar igual que Dalí viendo muchos cuadros de Dalí.
También es necesario hacer notar que los libros que nos hicieron felices hace, quién sabe, quince años, hoy podrían pasarnos por delante como si nada. Por ello, la lista de libros prescritos por esos médicos ingleses tendrá que ir actualizándose. La Odisea siempre estará, así como cualquier libro de Eduardo Galeano o García Márquez, pero puede que dentro de unos años recordemos a Paulo Coelho como un simple autor de tuits. Como sucede con todas las listas (y he ahí lo mágico de la subjetividad), es posible que una lista de libros para hacernos felices tenga tantos libros como libros se han escrito en la historia de la humanidad
A mí me hicieron feliz, en esos primeros años de lecturas infantiles, los cómics de Tintín, los de Astérix y Obélix, las aventuras del pirata Garrapata y la serie Azul de Barco de Vapor. Luego disfruté y me apasioné al género policíaco con las historias de Sherlock Holmes y las de Flanagan. Crecí con las novelas de Richard Ford (recuerdo haberlo conocido con El Día de la Independencia y, a partir de ahí, adquirir el resto de sus obras). Y cómo no olvidar a Paul Auster: fui y soy feliz con él, desde La trilogía de Nueva York hasta Brooklyn Follies. Leí varias veces Hojas de hierba, de Walt Whitman, y tengo varias traducciones de esa gran epopeya norteamericana. Pero, en ocasiones, la poesía más épica es aquella que habla de la cotidianidad, y ahí destacan Roger Wolfe, Karmelo Iribarren o Joaquín Juan Penalva. Otras veces, para ser feliz, es necesario alejarse a otros mundos. No me han gustado nunca las novelas de ciencia ficción al uso, o las de fantasía épica o mitológica, pero me enganché a El retorno de las hechiceras negras, de Carlos Samper, y no pude soltarlo hasta el final. Como tampoco dejé esos libros que nos hacen pensar y reflexionar sobre lo que somos: las Memorias de ultratumba del vizconde de Chateaubriand, Walden Dos de B. F. Skinner, El señor de las moscas de William Golding o 1984 de George Orwell.
Decía Franz Kafka que «un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro». Él pensaba que podríamos ser felices también sin libros, escribiendo, si fuera necesario, aquellos libros que nos hicieran felices. Es una buena recomendación. Los libros que he citado podrían configurar mi lista para ser feliz. Quizá no sirvan para todos, y puede que no ayuden demasiado al depresivo, pero serán, para cualquiera, una buena compañía estival. Siempre y cuando no cojamos papel y lápiz (o tableta y dedos) y nos pongamos a escribir el libro que nos haga felices a nosotros mismos. Quién sabe, puede que nuestra obra haga feliz a otra gente en otro lugar. Todas las novelas se escriben de la misma forma: palabra tras palabra. Y el verano es un buen momento para encontrar la inspiración.