La anglosajonización de todo

Hubo un tiempo en el que, para que a cualquier hijo de vecino con ínfulas de grandeza se le quisiera tomar en serio, debía salpicar sus escritos con alguna palabra en francés. Y más si eran textos académicos o pretendidamente académicos. El súmmum venía, sin que valga la redundancia, cuando aparecía alguna palabra en latín. Un per se a tiempo, un motu proprio bien colocado y un sine qua non preciso sumaba puntos en la escala de la huera

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