Desde que hace más de un año se lanzó la aplicación ChatGPT, el auge de las inteligencias artificiales generativas ha pasado al público general y, de ahí, claro, al ámbito de la creación artística. Se pasó de poder «conversar» con la inteligencia artificial (IA) a poder pedirle poemas, relatos, el desarrollo de unas ideas, capítulos de novelas, etc. Y todo con unas semanas de margen, con una curva de aprendizaje increíble. Esto no es nada nuevo, por supuesto. Yo mismo recuerdo, pero no me preguntes con qué programa, conversar con mi Amstrad CPC. Y eso era hace treinta años y con 128 Kb de memoria RAM.
Todo evoluciona.
El problema es que evoluciona demasiado rápido.
He seleccionado algunas noticias de estos últimos meses sobre la implicación de la IA en la creatividad o, más bien, en la falta de creatividad. Porque recurrir a ChatGPT para que te desarrolle diálogos, te escriba un fragmento a partir de unas ideas (aunque solo sean dos líneas) o te dé los nombres de tus personajes es depender de una herramienta externa para lo que uno, como creador, es incapaz de hacer. Entonces, ¿cómo llamarse creador? ¿Estamos realmente creando algo?
Y que conste, porque toca leer a los que abrazan la IA mientras me muerdo la lengua, que esto no tiene absolutamente nada que ver con el corrector automático del Word o con el uso del ordenador en vez de la máquina de escribir o la escritura a mano. Esto no tiene nada ver con hacer una fotografía y corregir las luces o el brillo con Photoshop. Se entiende, ¿no?
Por otro lado, y como sabemos, la inteligencia artificial (ChatGPT o la que sea) no crea, sino que plagia de millones de creadores anteriores para generar un pastiche que no se parezca a nada pero que suena a algo conocido. Podría decir alguien que la historia del arte, de la literatura, de la música… es eso mismo: una continua inspiración en la línea creativa, en la que un creador coge de aquí y de allá para crear algo nuevo.
¿Qué cambia aquí en todo esto? En primer lugar, la rapidez. Y eso se ve en la noticia del «ilustrador» murciano Rubén Lucas, que lleva embolsados más de cien mil euros con concursos ganados a base de «diseñar» como churros carteles para certámenes locales de toda España, todos extrañamente similares. Poco o nada bueno se puede decir de los distintos jurados que han dado su voto favorable a unos diseños que a todas luces tienen pinta de haber sido creados con IA. Es una total falta de respeto a los ilustradores, que pasan horas y horas pensando, ideando, diseñando y dibujando sus obras.
En segundo lugar, la carencia del factor humano, con todos los errores y aciertos que pueda, que podamos, tener. No es lo mismo inspirarse en la obra de Dalí o en la de Picasso para crear una obra nueva que pedirle a la IA que diseñe un cartel inspirado en personajes de Pixar para anunciar un producto y ahorrar tiempo y dinero.
Lo mismo puede decirse de quien escribe un libro (poema, cuento, novela, ensayo, obra de teatro) usando aunque sea un porcentaje mínimo de inteligencia artificial. Ni siquiera para la portada.
¿O para la portada sí? Hace unas semanas saltó la noticia de esa horrible ilustración de portada que la editorial Destino (del todopoderoso grupo Planeta, igual de todopoderoso que El Corte Inglés en la imagen de arriba) había impreso para la novela Juana de Arco, escrita por Katherine J. Chen. A la autora le había gustado, la editorial se había ahorrado unos miles de euros y todos contentos, ¿verdad? Todos no. En Twitter/X, el ilustrador David López enumeró los errores:
Tras ello, varias librerías se hicieron eco y retiraron el libro de sus estanterías. Sin embargo, hubo varios usuarios de la ex red social del pajarito que pusieron un pero: no es excusable en el caso de un gran grupo editorial, pero tendría un pase si se trata de un autor autopublicado en Amazon. ¿En serio? ¿Un autor que va a ganar en principio hasta un 70 % de derechos de autor en digital y hasta un 60 % en papel no puede invertir en un ilustrador 100 o 200 euros (y los hay por mucho menos)? ¿Tan poco piensa que va a ganar con su obra? Y encima tiene peor calidad que la ilustración original creada por una persona.
Hagamos la prueba. Una de las mejores portadas de mis novelas la creó Cecilia García para Una extraña en la madriguera (Meracovia, 2020). Esta fue su obra de arte:
Veamos qué cosa haría la IA con los datos del libro:
El resultado es este:
Directamente, el título aparece traducido (y mal escrito en las tres opciones). Lo que no parece una portada de un libro de terror da miedo desde la portada. Veamos si le pedimos que precise un poco:
Y lo intenta:
Alguna podría pasar un filtro, pero siento desde aquí que este ejercicio haya robado la originalidad de algún artista de cualquier rincón del mundo.
La primera toma de contacto con la IA y la creación la vivimos hace meses, en abril de 2023, cuando saltó la noticia de que Boris Eldagsen había ganado los cinco mil euros de la categoría creativa del Sony World Photography Award con una imagen generada de manera artificial. Lo hizo para crear debate. Y lo consiguió. Aunque nadie se presentara al debate.
Al menos, aunque no hubiera debate en la entrega del premio, sí fue provocando una conciencia o una corriente de pensamiento. O eso me gustaría pensar. Señal de ello es que sigue hablándose del caso Eldagsen tiempo después. Debajo está la página que El País le dedicó al tema en la preclara sección «Debates» el pasado 21 de enero:
La respuesta a la pregunta del artículo es clara para mí: plagio.
Y aquí se abre otro melón. Si es plagio, ¿a quién acusar? ¿A quien presenta la obra? ¿A la «inteligencia» que la hizo posible? ¿A los cientos de programadores que hay detrás? Preguntas, por desgracia, sin respuesta.
Más debates… Abajo están las páginas dedicadas al asunto publicadas en la revista Descubrir el Arte del mes de febrero, donde todas las imágenes del artículo han sido creadas usando inteligencia artificial y simulan ser selfis de artistas de varias épocas:
En música sucede otro tanto: más plagio (recordemos que la IA coge de aquí y allá, como cualquier persona puede hacer pero elevado a la máxima potencia), poca creatividad y una más que dudosa calidad artística.
Hace poco leíamos en prensa que la orquesta de RTVE había ensayado una obra generada con inteligencia artificial (con Suno, por ejemplo). Los comentarios de quienes escucharon o tocaron esa «obra» son claros: «hace cosas muy inmaduras», «se enreda», «suena a orquesta de pueblo»…
Y es que componer música clásica, por encima de otros géneros como el reguetón, el pop o el rock, requiere sí o sí de un humano. Al menos, en ese aspecto la IA no puede meter la mano. Todavía. Hay esperanza.