Cómo mejorar las oposiciones (y II)

Hablábamos en la entrada anterior de la primera parte de las oposiciones al cuerpo de profesores de secundaria. Una vez aprobado el tema y el supuesto práctico, con solo unos días de descanso o asimilación, entramos en la segunda parte: el examen oral o «encerrona», como se le conoce popularmente. Huelga decir que aquí se termina cualquier anonimato en las oposiciones. Si en la primera parte de la prueba, tu examen es solo un código, ahora los cinco miembros del tribunal necesitan verte y ver, asimismo, cómo te desenvuelves en un aula. ¿Hay gente quejándose de eso? Pues sí, acusando de favoritismos compadreo al tribunal.

Antes de continuar, un apunte: los miembros del tribunal se eligen por sorteo. Al menos en Canarias, no existe la posibilidad de presentarse de forma voluntaria. Creo que en las oposiciones al cuerpo de maestro de este año lo han probado, pero dudo de que sigan por esa línea, pues se presentaron muy pocos. Son jornadas maratonianas, la responsabilidad es máxima y, al final, lo que puedan cobrar de más tampoco sale demasiado a cuenta. Aun así, debemos presumir su honradez y su buen hacer, porque, de otro modo, estaremos poniendo en duda el sistema entero. Quienes reclaman un examen tipo test para el temario, abogando por la objetividad, están dejando entrever que esas cinco personas corrigen de forma subjetiva. Ya vimos en la anterior entrada cómo eran los criterios de calificación y, si bien pueden detallarse más y publicarse mucho antes, las notas que se ponen de forma individual por parte de los miembros del tribunal, sacando la media y eliminando aquellas que presenten gran disparidad (para evitar esos posibles amiguismos que algunos presentan como la norma), son de lo más objetivas. Así lo creí cuando me presenté y así lo sigo creyendo. Esto es, si en el tema sacaste, redondeando, un 2, un 4 o un 9, ten por seguro que tu nota es esa. Aunque creas que te salió perfecto. Aunque salieras contentísimo. Aunque pusieras exactamente lo mismo que decía aquel tema genial que te pasaron en aquella academia carísima. Aunque el tema que desarrollaste fuera el tema de tu tesis. Pensar que se corrige mejor el primer examen que el último es asegurar también que nosotros, como profesores, corregimos de forma diferente el primer examen de nuestros alumnos que el último. Y no, a todos los miramos con la misma objetividad, ¿no? ¿Por qué dudamos del tribunal, que también está formado por profesores? O mejor dicho: ¿por qué dudamos solamente cuando suspendemos?

Pero no nos vayamos por las ramas. Para esta segunda parte de las oposiciones, la Consejería también colgó los criterios de calificación días antes. Eran estos:

La programación didáctica, cuya estructura y formato venían especificados en la convocatoria, debe abarcar un curso entero y una asignatura de la especialidad por la que optas. Si se leen los criterios, que básicamente desarrollan lo que ya aparecía en la convocatoria, podemos concluir que alcanzar el 10 es relativamente sencillo. ¡Casi casi vienen los apartados que tienen que salir en nuestra programación! Obviamente, eso no es así, claro. Ahí entran la ponderación de esa prueba, que, como se ve, es menor que la exposición de la unidad didáctica, donde en realidad nos jugamos la nota.

Para esta parte del examen, se disponen de 15 minutos para presentar la programación, 30 minutos para la unidad didáctica (se sacan tres bolas a elegir una de entre todas las que presentes o lleves en tu programación) y, antes de empezar, de 45 minutos para prepararlo todo, encerrado (de ahí el nombre) en un aula tú solo sin acceso a internet ni teléfono ni nada, solo a los materiales que hayas traído.

Es este un acto público, como aparece en la convocatoria. De nuevo, ni trampa ni cartón. Transparencia pura y dura. De hecho, cuando me tocó exponer a mí, en el vestíbulo del instituto otra opositora de mi tribunal y una persona que estaba preparándose las oposiciones de 2023 me preguntaron si podían entrar a verme. Les dije que no me tenían que preguntar y yo no se lo podía impedir, pues estaban en todo su derecho.

Esta fase suele poner muy nervioso al opositor, algo que es comprensible, porque se juega una plaza cuando ya quedan pocos aspirantes y todo se decide en las décimas de los méritos, pero que, a fin de cuentas, no es demasiado diferente a lo que hacemos día tras día ante nuestros alumnos. Hace unos días leí una carta al director en el diario El País que mencionaba esos nervios:

En Galicia, podemos deducir, la primera parte de la prueba de las oposiciones (Abel Otero se presentó a las de magisterio) termina con la lectura, otro día, del tema escrito. El texto está plagado de los tópicos de siempre: «me salió un buen examen», las oposiciones son unos exámenes «memorísticos y arcaicos», lo que me acredita como buen profesor es el amor que recibo de mis alumnos… Son frases y excusas que hemos escuchado cientos de veces en boca de nuestros alumnos. No obstante, ¿en serio no eres capaz de leer lo que tú mismo has escrito horas antes delante de cinco adultos pero te desenvuelves a la perfección frente a veinticinco niños? Espero que no se me malinterprete. Ni me burlo de esa persona ni dejo de empatizar con su suspenso, nada más lejos de la realidad.

En mi libro sobre Quintiliano ya hablé largo y tendido sobre la importancia de la oratoria y la retórica en la escuela, no solo para el alumnado, sino también para todos los profesores. Tal como me lamentaba en el ensayo, en la actualidad —y tampoco cuando yo estudié la EGB y ahí quizá menos— la comunicación oral en las aulas es muy pobre: en general y por desgracia, solo se llega a evaluar con exposiciones (¿un par por trimestre?) que tienen rúbricas que apenas valoran la dicción o el lenguaje corporal y, desde luego, la comunicación no verbal no es más que un epígrafe de un tema de una asignatura. Sin embargo, en las oposiciones, si leemos bien los criterios de calificación nos daremos cuenta de que, como habría de ser, la competencia comunicativa se valora en cada uno de los ítems de las dos pruebas.

Atendiendo a ese nerviosismo general de los opositores y a las carencias en expresión verbal y no verbal (es una noticia habitual cada vez que termina un proceso selectivo), cualquiera que destaque un poco se llevará el gato al agua. Destaco un párrafo del artículo que acabo de enlazar:

En algunos casos, cuentan tres correctores de exámenes, algunos candidatos redactaron como lo hacen en sus mensajes de móvil, acortando las palabras, por ejemplo un “tb” en vez de “también” o un “x q” en lugar de “por qué”. Otros utilizaron expresiones adolescentes propias de un registro coloquial como “en plan” o “rollo de”.

Supongo que esos opositores también salieron de su examen creyendo que lo habían bordado y luego no entendían sus 0,025 o sus 2. Como muestra, un botón de lo que puede leerse en un foro público de un sindicato en el que comentan aspirantes a maestro y profesor y profesores y maestros en activo:

De nuevo, y para ir concluyendo, mi propuesta de mejora para esta parte de las oposiciones:

  1. Publicación de los criterios de calificación en la misma convocatoria.
  2. Mayor concreción de esos criterios, detallando punto por punto qué se valora y cuánto puntúa.
  3. Valoración explícita de la comunicación oral y no oral.
  4. Eliminación, valga la redundancia, del carácter eliminatorio de las pruebas. (Esto quizá es difícil a nivel organizativo, pues supondría escuchar a cien personas por tribunal en lugar de a la decena que aprueban el tema y el supuesto. Sería más complicado, pero algo más justo si, por ejemplo, todos hicieran todas las pruebas y la nota mínima para hacer la media fuera al menos un 3 en cada examen).
  5. Dominio (y eso ya sería a título personal) de la oratoria por parte de cada opositor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.