Reseña de «Schola delenda est?»

Si eres docente, da igual la etapa, y tienes Twitter, está claro que conoces a Pascual Gil. Más de dieciséis mil seguidores lo avalan como una de las voces más críticas con lo que viene llamándose «nueva pedagogía» y, al mismo tiempo, más partidarias de aquello que hoy se denuesta como antiguo, carca, viejo y —triste, pero cierto— antipedagógico: que la escuela y, por extensión, los profesores estamos para transmitir conocimiento.

Leer al Pascual tuitero es un disfrute: incisivo, contundente, claro e informado. Sorprende que sea tan insultantemente joven y tenga las ideas tan claras, después de haber sufrido una escuela y un instituto donde las extravagancias y todas esas metodologías con nombres en inglés y siglas extrañas campaban a sus anchas. Porque Pascual cursó la ESO y, tras la carrera de Historia, el máster del profesorado en esas facultades de Educación donde, en general, se aprende a vender humo y el saber brilla por su ausencia.

Hace unos meses supimos que sus ideas, que a veces se nos pueden pasar por alto en un timeline sobredimensionado, iban a plasmarse en un ensayo. Abrió un micromecenazgo en Verkami a través de la editorial barcelonesa Apostroph y, en cuestión de horas, el proyecto llegó al 100 %. A finales de junio apareció, listo para poder ser devorado durante las vacaciones.

Porque Schola delenda est? se devora. Sus poco más de ciento cincuenta páginas se leerían de una sentada si no fuera porque tienes que descansar el cuello de tanto asentir. Las preguntas que siguen en la portada al interrogante inicial (genial el guiño a la frase clásica «Carthago delenda est», atribuida a Catón el Viejo), sobre todo la última, deberían ser la reflexión que todo docente ha de hacerse antes de empezar cada sesión de clase. Yo lo tengo claro: como profesor de Lengua Castellana y Literatura en un instituto público me pagan por «formar ciudadanos conscientes, cultos y libres». Desde luego, de cada una de mis clases tiene que salir más sabios de lo que llegaron.

El ensayo, tras el prólogo de Andreu Navarra —otro titán de la reflexión educativa, autor de Devaluación continua o el más reciente Prohibido aprender— se divide en cuatro partes. En la primera se habla de esa falsa dicotomía entre saber y ser con la que las instituciones supraeducativas pretenden enfrentar a los profesores. Porque ahora, compañeros de la tiza, el maestro no debe ser, según nos dicen, un mero transmisor de conocimiento (atentos al adjetivo peyorativo), sino un posibilitador o facilitador de experiencias para que el alumno aprenda por sí mismo, no conocimientos, sino a ser. Que no hay nada más etéreo que eso. Sobre lo aparentemente inútil que resulta adquirir conocimientos nos dice Pascual Gil:

Ese «elogio del saber», esa querencia del profesor por transmitir lo que sabe a sus alumnos y, como decía más arriba, confiar en que salgan más sabios del sistema, parece un acto de total rebeldía (terrorismo educativo, incluso) ante el desmantelamiento de la escuela pública. Porque si el profesor solo ha de «guiar» al alumno en su «búsqueda» (todo está en Google, no lo olvidemos), ¿para qué necesitamos profesores?

La segunda parte del ensayo desmonta uno a uno los mantras actuales en educación: la educación para el futuro, la motivación, el constante mirar a Finlandia, la inteligencia emocional… Hemos caído en el error de pensar que todo nuevo ha de ser bueno per se y hoy se cuelan en las aulas, a través de los cursos de formación o en las charlas de orientación, teorías no solo carentes de todo cientificismo, sino cargadas y basadas en humo, algo más propio de sectas. Sin embargo, son muchos los profesores que caen en esas trampas, atraídos por la magia del retuit, los titulares y esa fama molona que te da ser nominado a un premio chachi de educación, algo que —bien lo sabemos— está destinado solo a aquellos que «innovan», lo que por desgracia va aparejado a primar la diversión sobre el saber. Y no:

Nos llega el eco del filósofo y pedagogo Gregorio Luri y su La escuela no es un parque de atracciones. Tiene razón Gil: ¿cómo va a competir un profesor con Instagram, TikTok, Netflix o Twitch? Y con relación a ello, ¿en serio es necesario transformar nuestras asignaturas en una suerte de copia de esas redes sociales o plataformas de entretenimiento? ¿No nos vale con que los chavales pasen más horas a la semana allí metidos que en una clase?

Para encontrar las causas de este desmantelamiento constante e internacional de la educación hay que mirar hacia la economía. Es a lo que dedica Pascual Gil la tercera parte, titulada «Las causas del fin de la escuela», pues es en los despachos de los economistas y banqueros —y no en los de los profesores y pedagogos— donde se fraguan las nuevas propuestas educativas, la última, la que nos atañe, la LOMLOE, plagada de jerga pseudocientífica, que lastra la libertad de cátedra y que apuesta por metodologías sin base científica.

Nada más empezar la sección, el autor golpea duro. Esa supuesta pretensión de la escuela (la economía neoliberal, más bien) de crear hombres y mujeres nuevos que sepan adaptarse a los cambios (la resiliencia de la que tanto se oye hablar ahora) estaba también en la base del nazismo. Decía el Manual para maestros del ministerio de Ciencia y Educación de la Alemania nazi:

El excesivo saber enciclopédico fatiga la mente, paraliza la voluntad de poder y la capacidad de tomar decisiones.

¿A que podría haber sido escrita o pronunciada por cualquier ministro de la actualidad? El problema es que también la podemos escuchar en las salas de profesores. Y es que no hay nada como tener al enemigo dentro, un enemigo alimentado por la institución económica OCDE que nos maneja a todos —ministros y consejeros de Educación, directores y profesores, padres y alumnos— como simples marionetas del sistema y que ha hecho del Apredizaje Basado en Proyectos (ABP) su profeta. En estas páginas se disecciona y se pone negro sobre blanco un plan que lleva décadas preparándose y que ahora, tras asomar la patita, se deja ver a pecho descubierto.

Es un libro tan actual que estoy convencido que devendrá en atemporal. Sin ir más lejos, hoy mismo, sábado 23 de julio, publicaba El País una entrevista a Marco Muñoz, director de iniciativas estratégicas del MIT (por tanto, él no es docente). La página no tiene desperdicio, pero causa rubor los dos resaltados, que de seguro nos traen recuerdos de las páginas del ensayo que nos ocupa.

Termina la tercera parte con una advertencia, algo que es notorio y palpable, más que nada porque un servidor (al igual que el autor) pasó por colegios privados antes de aprobar las oposiciones: todas estas «innovaciones» (algunas tan antiguas que se pierden en la noche de los tiempos, como ya quedó patente en mi ensayo sobre Quintiliano) son para los pobres. Los ricos, los que están destinados a perpetuar la élite actual de dirigentes políticos y económicos se educan en escuelas donde el centro es el saber, donde se potencia el estudio y la memoria y donde no caben metodologías basadas en el humo.

En la cuarta y última parte Pascual nos coge de las solapas y se dirige a nosotros, los profesores, aunque también a padres y alumnos: ¿hasta cuándo vamos a permitir este desmantelamiento sistemático de la escuela pública, ilustrada, fuente única y verdadera de conocimientos? En cada uno de nosotros está la respuesta, porque no es tiempo de bajar los brazos.

En consecuencia, elibro de Pascual Gil es necesario, imprescindible y valioso. Necesario, pues aboga por una educación pública de calidad que apueste por el conocimiento, el aprendizaje real y la memoria (sin memoria no hay aprendizaje posible, como sabemos). Imprescindible, ya que . Y valioso, porque, lanzado a la cabeza del jefe de estudios o el orientador de turno que nos quiera vender la moto de otro fantástico curso sobre inteligencias múltiples o mindfulness, no hace demasiado daño al ser tan breve.

Schola delenda est? está editado por Apostroph Edicions y se puede comprar aquí.

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